domingo, 7 de abril de 2013

Epicuro: Carta a Meneceo y Máximas capitales


            CARTA A MENECEO

            Epicuro a Meneceo: ¡salud y alegría!

            Nadie por ser joven vacile en filosofar ni por hallarse viejo de filosofar se fatigue. Pues nadie está demasiado adelantado ni retardado para lo que concierne a la salud de su alma. El que dice que aún no le llegó la hora de filosofar o que ya le ha pasado es como quien dice que no se le presenta o que ya no hay tiempo para la felicidad. De modo que deben filosofar tanto el joven como el viejo: el uno para que, envejeciendo, se rejuvenezca en bienes por el recuerdo agradecido de los pasados, el otro para ser a un tiempo joven y maduro por su serenidad ante el futuro. Así pues, hay que meditar lo que produce la felicidad, ya que cuando está presente lo tenemos todo y, cuando falta, todo lo hacemos por poseerla.
            Lo que de continuo te he aconsejado, medita y ponlo en práctica, reflexionando que esos principios son los elementos básicos de una vida feliz. Considera, en primer lugar, a la divinidad como un ser vivo incorruptible y feliz, como lo ha suscrito la noción común de lo divino, y no le atribuyas nada extraño a la  inmortalidad o impropio de la infelicidad. Represéntate, en cambio, referido a ella todo cuanto sea susceptible de preservar la beatitud que va unida a la inmortalidad.
            Los dioses, en efecto, existen. Porque el conocimiento que de ellos tenemos es evidente. Pero no son como los cree el vulgo. Pues no los mantiene tal cual los intuye. Y no es impío el que niega los dioses del vulgo, sino quien atribuye a los dioses las opiniones del vulgo. Pues las manifestaciones del vulgo sobre los dioses no son prenociones, sino falsas suposiciones. Por eso de los dioses se desprenden los mayores daños y beneficios. Habituados a sus propias virtudes en cualquier momento acogen a aquellos que les son semejantes, considerando todo lo que no es de su clase como extraño.
            Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros. Porque todo bien y mal residen en la sensación, y la muerte es privación del sentir. Por lo tanto el recto conocimiento de que nada es para nosotros la muerte hace dichosa la condición mortal de nuestra vida, no porque le añada una duración ilimitada, sino porque elimina el ansia de inmortalidad.
            Nada hay, pues, temible en el vivir para quien ha comprendido rectamente que nada temible hay en el no vivir. De modo que es necio quien dice que teme a la muerte no porque le angustiará al presentarse sino porque le angustiará esperarla. Pues lo que al presentarse no causa perturbación vanamente afligirá mientras se aguarda. Así que el más espantoso de los males, la muerte, nada es para nosotros, puesto que mientras nosotros somos, la muerte no está presente, y, cuando la muerte se presenta, entonces no existimos. Con que ni afecta a los vivos ni a los muertos, porque para éstos no existe y los otros no existen ya. Sin embargo, la gente unas veces huye de la muerte como del mayor de los males y otras la acogen como descanso de los males de la vida.
            El sabio, en cambio, ni rehúsa la vida ni teme el no vivir. Porque no le abruma el vivir ni considera que sea algún mal el no vivir. Y así como en su alimento no elige en absoluto lo más cuantioso sino lo más agradable, así también del tiempo saca fruto no al más largo sino al más placentero. El que recomienda al joven vivir bien y al viejo partir bien es un tonto, no sólo por lo amable de la vida, sino además porque es el mismo el cuidado de vivir bien y de morir bien. Pero mucho peor es el que dice: “Bueno es no haber nacido, o bien una vez nacido traspasar cuanto antes las puertas del Hades.”[Teognis]
            Pues si afirma eso convencido, ¿cómo no se aparta de la vida? Pues eso está a su alcance, si es que ya lo ha deliberado seriamente. Si lo dice chanceándose, es frívolo en lo que no lo admite.
            Hay que rememorar que el porvenir ni es nuestro ni totalmente no nuestro, para que no aguardemos que lo sea totalmente ni desesperemos de que totalmente no lo sea.
            Reflexionemos que de los deseos unos son naturales, otros vanos; y de los naturales unos son necesarios, otros sólo naturales; y de los necesarios unos lo son para la felicidad, otros para el bienestar del cuerpo y otros para la vida misma.
            Un conocimiento firme de estos deseos sabe, en efecto, referir cualquier elección o rechazo a la salud del cuerpo y a la serenidad del alma, porque eso es la conclusión del vivir feliz. Con ese objetivo, pues, actuamos en todo, para no sufrir dolor ni pesar. Y apenas de una vez lo hemos alcanzado, se diluye cualquier tempestad del alma, no teniendo el ser vivo que caminar más allá como tras una urgencia ni buscar otra cosa con la que llegara a colmarse el bien del alma y del cuerpo. Porque tenemos necesidad del placer en el momento en que, por no estar presente el placer, sentimos dolor. Pero cuando no sentimos dolor, ya no tenemos necesidad del placer.
            Precisamente por eso decimos que el placer es principio y fin del vivir feliz. Pues lo hemos reconocido como bien primero y connatural y de él tomamos el punto de partida en cualquier elección y rechazo y en él concluimos al juzgar todo bien con la sensación como norma y criterio. Y puesto que es el bien primero y connatural, por eso no elegimos cualquier placer, sino que hay veces que soslayamos muchos placeres, cuando de éstos se sigue para nosotros una molestia mayor. Muchos dolores consideramos preferibles a placeres, siempre que los acompañe un placer mayor para nosotros tras largo tiempo de soportar tales dolores. Desde luego todo placer, por tener una naturaleza familiar, es un bien, aunque no sea aceptable cualquiera. De igual modo cualquier dolor es un mal, pero no todo dolor ha de ser evitado siempre. Conviene, por tanto, mediante el cálculo y la atención a los beneficios y los inconvenientes, juzgar todas estas cosas, porque en algunas circunstancias nos servimos de algo bueno como un mal y, al contrario, de algo malo como un bien.
            Así que la autosuficiencia la consideramos un gran bien, no para que en cualquier ocasión nos sirvamos de poco, sino para que, siempre que no tengamos mucho, nos contentemos con ese poco, verdaderamente convencidos de que más gozosamente disfrutan de la abundancia quienes menos necesidad tienen de ella, y de que todo lo natural es fácil de conseguir y lo superfluo difícil de obtener. Y los alimentos sencillos procuran igual placer que una comida costosa y refinada una vez que se elimina todo el dolor de la necesidad. Y el pan y el agua dan el más elevado placer cuando se los procura uno que los necesita. En efecto, habituarse a un régimen de comidas sencillas y sin lujos es provechoso para la salud, hace al hombre desenvuelto frente a las urgencias inmediatas de la vida cotidiana, nos pone en mejor disposición de ánimo cuando a intervalos accedemos a refinamientos y nos equipa intrépidos ante la fortuna.
            Por tanto, cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de los viciosos o a los que residen en la disipación, como creen algunos que ignoran o que no están de acuerdo o interpretan mal nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni estar perturbados en el alma. Porque ni banquetes ni juergas constantes ni los goces  con mujeres y adolescentes, ni pescados y las demás cosas que una mesa suntuosa ofrece, engendran una vida feliz, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección y rechazo, y extirpa las falsas opiniones de la que procede la más grande perturbación que se apodera del alma.
            De todo esto principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia resulta algo más preciado incluso que la filosofía. De ella nacen las demás virtudes, porque enseña que no es posible vivir placenteramente sin vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir con placer. Las virtudes, pues, están unidas naturalmente al vivir placentero, y la vida placentera es inseparable de ellas. Porque, ¿quién piensas tú que sea superior a quien sobre los dioses tiene creencias piadosas y ante la muerte está del todo impávido y ha reflexionado el fin de la naturaleza y sabe que el límite de los bienes es fácil de colmar y de conseguir, mientras que el de los males presenta breves sus tiempos o sus rigores?; ¿y que se burla de aquella introducida como tirana universal, la Fatalidad, diciendo que algunas cosas suceden por necesidad, otras por azar y otras dependen de nosotros, porque afirma que la necesidad es irresponsable, que el azar es vacilante, mientras lo que está en nuestro poder no tiene otro dueño, por lo cual le acompaña naturalmente la censura o el elogio?
            Pues sería mejor prestar oídos a los mitos sobre los dioses que caer esclavos de la Fatalidad de los físicos. Aquellos esbozan una esperanza de aplacar a los dioses mediante el culto, mientras que ésta presenta una exigencia inexorable.
            En cuanto a la Fortuna, ni la considera una divinidad como cree la muchedumbre –puesto que la divinidad no hace nada en desorden- ni una causalidad insegura, pues no cree que a través de ésta se ofrezcan a los hombres el bien o el mal para la vida feliz, aunque determine el rumbo inicial de grandes bienes o males. Piensa que es mejor ser sensatamente desafortunados que gozar de buena fortuna con insensatez. Pero es mejor que lo rectamente decidido se enderece en nuestras propias acciones con su ayuda.
            Estos consejos, pues, y los afines a ellos medítalos en tu interior día y noche contigo mismo y con alguien semejante a ti, y nunca ni despierto ni en sueños sufrirás perturbación, sino que vivirás como un dios entre los hombres. Pues en nada se asemeja a un mortal el hombre que vive entre bienes inmortales.
(Epicuro, Carta a Meneceo, Traducción: Carlos García Gual)









            MÁXIMAS CAPITALES

            I. El ser feliz e imperecedero (la divinidad) ni tiene él preocupaciones ni las procura a otro, de forma que no está sujeto a movimientos de indignación ni de agradecimiento. Porque todo lo semejante se da sólo en el débil.
            [En otros lugares dice (Epicuro) que los dioses son cognoscibles por la razón, presentándose los unos individualmente, otros en su semejanza formal, a partir de la continua afluencia de imágenes similares que constituyen el mismo objeto, en forma humana.]
            II. La muerte nada es para nosotros. Porque lo que se ha disuelto es insensible, y lo insensible nada es para nosotros.
            III. Límite de la grandeza de los placeres es la eliminación de todo dolor. Donde exista placer, por el tiempo que dure, no hay dolor ni pena ni la mezcla de ambos.
            IV. No se demora continuamente el dolor en la carne, sino que el más agudo perdura el mínimo tiempo, y el que sólo aventaja apenas lo placentero de la carne no persiste muchos días. Y las enfermedades muy duraderas ofrecen a la carne una mayor cantidad de placer que de dolor.
            V. No es posible vivir con placer sin vivir sensata, honesta y justamente; ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir placenteramente. Quien no tiene esto a mano no puede vivir con placer.
            VI. Con el fin de tener seguridad ante la gente hay un bien en el poder y en la realeza como medios de procurarse esa seguridad.
            VII. Famosos e ilustres quisieron hacerse algunos, creyendo que así conseguirían rodearse de seguridad frente a la gente. De suerte que, si su vida es segura, consiguieron el bien de la naturaleza. Pero si no es segura, no poseen el objetivo al que se sintieron impulsados de acuerdo a lo propio de la naturaleza.
            VIII. Ningún placer es por sí mismo un mal. Pero las causas de algunos placeres acarrean muchas más molestias que placeres.
            IX. Si pudiera densificarse cualquier placer, y lo hiciera tanto en su duración como por su referencia a todo el organismo o a las partes dominantes de nuestra naturaleza, entonces los placeres no podrían diferenciarse jamás unos de otros.
            X. Si lo que motiva los placeres de los disolutos les liberara de los terrores de la mente respecto de  los fenómenos celestes, la muerte y los sufrimientos, y les enseñara además el límite de los deseos, no tendríamos nada que reprocharles a ellos, saciados por doquier de placeres y carentes en todo tiempo de pesar y de dolor, de lo que es en definitiva el mal.
            XI. Si nada nos perturbaran lo recelos ante los fenómenos celestes y el temor de que la muerte sea algo para nosotros de algún modo, y el desconocer además los límites de los dolores y de los deseos, no tendríamos necesidad de la ciencia natural.
            XII. No era posible disolver el temor ante las más importantes cuestiones sin conocer a fondo cuál es la naturaleza del todo, recelando con temor algo de lo que cuentan los mitos. De modo que sin la investigación de la naturaleza no era posible obtener placeres sin tacha.
            XIII. Ninguna sería la ganancia de procurarse la seguridad entre los hombres si uno se angustia por las cosas de más arriba y por las de debajo de tierra y, en una palabra, las del infinito.
XIV. Cuando ya se ha conseguido hasta cierto punto la seguridad frente a la gente mediante una sólida posición y abundancia de recursos, aparece la más nítida y pura, la seguridad que procede de la tranquilidad y del apartamiento de la muchedumbre.
            XV. La riqueza acorde con la naturaleza está delimitada y es fácil de conseguir. Pero la de las vanas opiniones se desparrama hasta el infinito.
            XVI. Breves asaltos da al sabio la fortuna. Pues las cosas más grandes e importantes se las ha administrado su razonamiento y se las administra y administrará en todo el tiempo de su vida.
            XVII. El justo es el más imperturbable, y el injusto rebosa de la mayor perturbación.
            XVIII. No se acrece el placer en la carne una vez que se ha extirpado el dolor por alguna carencia, sino que tan sólo se colorea. En cuanto al límite dispuesto por la mente al placer, lo engendra la reflexión sobre estas mismas cosas y las afines a ellas, que habían procurado a la mente los mayores temores.
            XIX. El tiempo infinito y el limitado contienen igual placer si uno mide los límites de éste mediante la reflexión.
            XX. La carne concibe los límites del placer como infinitos, y un tiempo infinito requeriría para ofrecérselos. Pero la mente, que ha comprendido la conclusión racional sobre la finalidad y límite de la carne y que ha desvanecido los temores a la eternidad, nos procura una vida perfecta. Y ya para nada tenemos necesidad de un tiempo infinito. Pero tampoco rehúye el placer ni, cuando los hechos disponen nuestra partida del vivir, se da la vuelta como si le hubiera faltado algo para la existencia mejor.
            XXI. Quien es consciente de los límites de la vida sabe cuán fácil de conseguir es lo que elimina el dolor por una carencia y lo que hace lograda una vida entera. De modo que para nada reclama cosas que traen consigo luchas competitivas.
            XXII. Es preciso confirmar reflexivamente el fin propuesto y toda la evidencia a la que referimos nuestras opiniones. De lo contrario todo se nos presentará lleno de incertidumbre y confusión.
            XXIII. Si te opones a todas las sensaciones, no tendrás siquiera un punto de referencia para juzgar las que dices ser falsas.
            XXIV. Si vas a rechazar en bloque cualquier sensación y no vas a distinguir lo opinado y lo añadido y lo ya presente en la sensación y en los sentimientos y cualquier proyección imaginativa del entendimiento, confundirás incluso las demás sensaciones con tu vana opinión hasta el punto de derribar cualquier criterio de juicio. Por el contrario, si vas a afirmar como seguro también todo lo añadido en las representaciones imaginativas y lo que no ha recibido confirmación, no evitarás el error. Porque estarás guardando una total ambigüedad en cualquier deliberación sobre lo correcto y lo incorrecto.
            XXV. Si no refieres en todo momento cada uno de tus actos al fin de la naturaleza, sino que te desvías hacia algún otro, sea para perseguirlo o evitarlo, no serán tus acciones consecuentes con tus razonamientos.
            XXVI. De los deseos todos cuantos no concluyen en dolor si no se colman no son necesarios, sino que tienen un impulso fácil de eludir cuando parecen ser de difícil consecución o de efectos perniciosos.
            XXVII. De los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de la vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad.
            XXVIII. El mismo buen juicio que nos ha hecho tener confianza en que no existe nada terrible eterno o muy duradero nos hace ver que en los mismos términos limitados de la vida la seguridad consigue su perfección sobre todo de la amistad.
            XXIX. De los deseos los unos son naturales y necesarios; los otros naturales y no necesarios; y otros no son ni naturales ni necesarios, sino que se originan en la vana opinión.
            [Naturales y necesarios considera Epicuro a los que eliminan el dolor, como beber cuando se tiene sed. Naturales, pero no necesarios los que sólo diversifican el placer, pero no eliminan el sentimiento de dolor, como la comida refinada. Ni naturales ni necesarios (considera), por ejemplo, las coronas y la erección de estatuas honoríficas.]
            XXX. A algunos de los deseos naturales que no acarrean dolor si no se colman les acompaña una intensa pasión. Ésos nacen de la vana opinión y no es por su propia naturaleza por lo que no se diluyen, sino por la vanidad de la persona humana.
            XXXI. Lo justo según la naturaleza es un acuerdo de lo conveniente para no hacerse daño unos a otros ni sufrirlo.
            XXXII. Respecto a todos aquellos animales que no pudieron concluir sobre el no hacerse ni sufrir daño mutuamente, para ellos nada hay justo o injusto. Y de igual modo también respecto a todos aquellos pueblos que no pudieron o no quisieron concluir tales pactos sobre el no hacer ni sufrir daño.
            XXXIII. La justicia no era desde un comienzo algo por sí mismo, sino u cierto pacto sobre el no hacer ni sufrir daño surgido en las relaciones de unos y otros en lugares y ocasiones determinadas.
            XXXIV. La injusticia no es en sí misma un mal, sino por el temor ante la sospecha de que no pasará inadvertida a los establecidos como castigadores de tales actos.
            XXXV. No le es posible a quien furtivamente viola alguno de los acuerdos mutuos sobre el no dañar ni ser dañado, confiar en que pasará inadvertido, aunque así haya sucedido diez mil veces hasta el presente. Es desde luego incierto si será así hasta su muerte.
            XXXVI. Según la noción común, el derecho es lo mismo para todos, es decir, lo que es provechoso al trato comunitario. Pero el particular de un país y de momentos concretos no por todos se acuerda que sea el mismo.
            XXXVII. De las leyes establecidas tan sólo la que se confirma como conveniente para los usos del trato comunitario posee el carácter de lo justo, tanto si resulta ser la misma para todos como si no. Si se establece una ley, pero no funciona según lo provechoso al trato comunitario, ésta no posee ya la naturaleza de los justo. Y si lo conveniente según el derecho cambia, pero durante algún tiempo está acorde con nuestra prenoción de lo justo, no por ese cambio es durante ese mismo tiempo menos justo para quienes no se confunden a sí mismos con palabras vanas, sino que atienden sencillamente a los hechos reales.
            XXXVIII. Cuando, sin aparecer variaciones en las circunstancias, resulta manifiesto que las cosas sancionadas como justas por las leyes no se adecuan ya en los hechos mismos a nuestra prenoción de lo justo, ésas no son justas. Cuando al variar las circunstancias, ya no son convenientes las mismas cosas sancionadas como justas, se ve que eran justas entonces, cuando resultaban convenientes al trato comunitario de los conciudadanos, y luego ya no eran justas, cuando dejaron de ser convenientes.
            XXXIX. Quien se dispone de la mejor manera para no sentir recelos de las cosas externas, ése procura familiarizarse con todo lo que le es posible, y que las cosas que no se prestan a ello no le resulten hostilmente extrañas. Respecto de aquello en que ni siquiera eso les es posible, evita tratarlo y delimita las cosas en que le es provechosa obrar así.
            XL. Quienes han tenido la capacidad de lograr la máxima seguridad en sus prójimos consiguen vivir así en comunidad del modo más placentero, teniendo la más firme confianza y, aún logrando la más colmada familiaridad, no sollozan la marcha prematura del que ha muerto como algo digno de lamentación.
(Epicuro, Máximas capitales, Traducción: Carlos García Gual)

            

Epicteto: Enquiridión


EPICTETO: ENQUIRIDIÓN

                                                            I
            Hay ciertas cosas que dependen de nosotros y otras que no. Dependen de nosotros la opinión, las inclinaciones, el deseo, la aversión y, en definitiva, todo lo que son nuestros propios actos. No dependen de nosotros el cuerpo, las riquezas, la reputación, los cargos y, en definitiva, todo lo que no son nuestros propios actos. Las cosas que dependen de nosotros son por naturaleza libres, no están sujetas a restricciones ni impedimentos; pero las cosas que no dependen de nosotros son débiles, serviles, están sujetas a restricciones impuestas por la voluntad de otros. Recuerda, pues, que si crees libres las cosas que por naturaleza son serviles, y que es tuyo lo que depende de otros, encontrarás impedimentos, te lamentarás, te sentirás turbado, censurarás tanto a los dioses como a los hombres; pero si sólo consideras tuyo lo que es tuyo, y de los otros lo que es de los otros, tal como realmente es, nadie te exigirá nada ni te pondrá obstáculos; y tú nunca censurarás a nadie, ni acusarás a nadie, ni harás nada contra tu voluntad; nadie te perjudicará, no tendrás enemigos, no sufrirás ningún daño.
            Si aspiras a tan altos objetivos, recuerda que no debes regatear esfuerzos para alcanzarlos; además deberás renunciar por completo a algunas cosas y posponer otras para más adelante. Pero si anhelas también tener al tiempo cargos y riquezas, quizá no los consigas si realmente aspiras a aquellos otros grandes objetivos; y, ciertamente, no conseguirás lo único que puede asegurarte felicidad y libertad. Ejercítate entonces en seguir el camino recto, diciendo a toda tosca apariencia: «Eres sólo una apariencia y de ningún modo lo que pareces ser». Examínala según los criterios que posees, y, sobre todo, según este primero y principal: si tiene relación con las cosas que dependen de uno mismo o con las que no dependen de uno mismo; y si forma parte de estas últimas, estate presto a decir que no te concierne.

                                                            II
            Recuerda que el deseo contiene la esperanza de obtener lo deseado; y el deseo que hay en la aversión es no caer en lo que se intenta evitar; el que no logra su deseo es desafortunado; el que cae en lo que quiere evitar es desgraciado. Si intentas evitar sólo las cosas contrarias a la naturaleza que dependen de ti, no te verás envuelto en ninguna de las cosas que quieres evitar. Pero si intentas evitar la enfermedad, la muerte o la pobreza, serás desgraciado. Aparta, pues, de ti la aversión hacia todo aquello que no depende de ti, y transfiérela a las cosas contrarias a la naturaleza que dependen de ti. Elimina completamente el deseo. Pues si deseas cualquier cosa que no depende de ti, serás necesariamente desafortunado; pero de las cosas que dependen de ti, y que sería bueno desear, nada está todavía a tu alcance. Utiliza sólo la capacidad de tender hacia un objetivo o apartarte de él; y utiliza esta capacidad de forma moderada, con reservas y con circunspección.

                                                            III
            En todo lo que complace al alma, o satisface una necesidad, o es amado, recuerda añadir a la descripción de cada cosa la pregunta por su naturaleza, empezando por las cosas más pequeñas. Si amas una vasija de barro, piensa que es una vasija de barro lo que amas; pues cuando se rompa no sentirás turbación. Si besas a tu hijo o a tu mujer, piensa que es un ser humano a quien estás besando, pues si la esposa o el hijo mueren, no sentirás turbación.

                                                            IV
            Cuando te dispongas a realizar cualquier acción, piensa en qué tipo de acción se trata. Si vas a tomar un baño, imagina lo que sucede en el baño; unos salpicando el agua, otros empujándose entre sí, otros insultándose, otros robando; y así emprenderás la acción con más seguridad, si te dices a ti mismo: «Ahora tengo intención de bañarme y mantener mi voluntad en armonía con la naturaleza». Y lo mismo debes hacer con cada acción, pues, de este modo, si aparece algún obstáculo a tu baño, pensarás: «No era eso sólo lo que  yo quería, sino también mantener mi voluntad en armonía con la naturaleza; pero no la mantendré en este estado si me siento irritado por lo que sucede».

                                                            V
            Los hombres se sienten molestos no por las cosas que les suceden, sino por las ideas que tienen acerca de las cosas; por ejemplo: la muerte no es nada terrible, pues, si lo fuera, también a Sócrates se lo habría parecido; por la idea acerca de la muerte, que la muerte es terrible, resulta terrible la muerte. Cuando nos sintamos contrariados, molestos o apenados, nunca deberíamos censurar a otros, sino a nosotros mismos, es decir, a nuestras ideas. Es acción propia de hombres escasamente instruidos censurar a los otros por la mala disposición propia; es acción propia de quien ha comenzado a ser instruido, dirigir la censura a sí mismo; y es propio de aquel cuya instrucción ya se ha completado no censurar a los demás ni tampoco a sí mismo.

                                                            VI
            No te sientas satisfecho de ningún mérito que corresponda a otro. Si un caballo, sintiéndose satisfecho, dijera: «Soy hermoso», se podría aceptar. Pero cuando tú te sientes satisfecho y dices: «Tengo un hermoso caballo», debes saber que te estás sintiendo satisfecho de tener algo bueno que en realidad corresponde al caballo. ¿Qué es entonces lo que te corresponde a ti? El uso de las apariencias. Consecuentemente, cuando en el uso de las apariencias estás en armonía con la naturaleza, entonces puedes sentirte satisfecho, pues lo estás por algo bueno que es tuyo.

                                                            VII
            Cuando, en un viaje, el barco llega a un puerto, puedes bajar a por agua, y puedes distraerte por el camino recogiendo alguna caracola o algún bulbo, pero tus pensamientos deberán estar dirigidos al barco, y deberías estar constantemente vigilante por si el capitán llama; deberás entonces tirar todas esas cosas, si no quieres ser atado y metido en el barco como una oveja; así también, en la vida, te pueden ser dados una mujer y un hijo en lugar de un pequeño bulbo y una concha; nada te impedirá tenerlos. Pero si el capitán te llama, corre al barco y déjalo todo sin pensar en ello. Y si eres viejo, no te alejes del barco, no sea que cuando te llame tú no estés por allí.


                                                            VIII
            No trates de que las cosas que ocurren ocurran como tú quieres; más bien, que las cosas que ocurren sean como son, y la vida transcurrirá con tranquilidad.

                                                            IX
            La enfermedad es un impedimento para el cuerpo, pero no para la voluntad, a menos que la voluntad misma lo decida de ese modo. La cojera es un impedimento para la pierna, mas no para la voluntad. Y extiende esta reflexión a todo lo que te sucede; pues tu voluntad la encuentra un impedimento para algo, pero no para ti mismo.

                                                            X
            En cada cosa que te acontezca, recuerda volverte hacia ti mismo y preguntarte qué poder tienes frente a ella. Si ves a un hombre hermoso o a una mujer hermosa, verás que la facultad para resistirte es la continencia. Si se te presenta el dolor, encontrarás la capacidad de sufrimiento. Si se trata de palabras ofensivas, reconocerás la paciencia. Y si has sido formado en estos hábitos, no te verás arrastrado por las apariencias.

                                                            XI
            Nunca digas por nada «lo perdí», sino «lo he devuelto». ¿Ha muerto tu hijo? Ha sido devuelto. ¿Ha muerto tu mujer? Ha sido devuelta. ¿Te han arrebatado tus propiedades? ¿No han sido también devueltas? Pero el que me lo ha quitado es un mal hombre, dirás. ¿Pero qué te importa a ti por qué te lo quitó el que te lo dio? Mientras te lo permita, cuida de ello como si perteneciera a otro, como hacen los viajeros con la posada.

                                                            XII
            Si quieres mejorar, desecha pensamientos como éste: «Si descuido mis negocios, no tendré medios de vida»;«a no ser que castigue a mi esclavo, se portará mal». Pues es mejor morir de hambre, y así ser liberado de la pena y el miedo, que vivir en la abundancia con preocupaciones; y es preferible que tu esclavo sea malo a que tú seas desdichado. Empieza entonces por las cosas pequeñas. ¿Se ha derramado el aceite? ¿Han robado algo de vino? Piensa en esa situación: a este precio se vende el librarse de la inquietud, a aquel otro precio se vende la tranquilidad, pero nada se consigue por nada. Y cuando llames a tu esclavo, piensa que es posible que él no oiga tu llamada; y, si oye, que tal vez no haga lo que quieras. Pero si tú no puedes ser inquietado, tu esclavo nunca podrá inquietarte.

                                                            XIII
            Si quieres mejorar, prepárate a ser considerado insensato y necio en lo que atañe a las cosas externas. No pretendas que te crean un entendido en nada. Y si a alguien pareces una persona de importancia, desconfía de ti. Pues debes saber que no es fácil guardar tu voluntad en armonía con la naturaleza y asegurar las cosas externas: si un hombre es cuidadoso con lo uno, es absolutamente inevitable que desprecie lo otro.

                                                            XIV
            Si pretendes que tus hijos, tu mujer y tus amigos vivan para siempre, eres tonto; pues pretendes que las cosas que no dependen de ti dependan de ti, y que las cosas que pertenecen a otros sean tuyas. Así, si pretendes que tu esclavo no cometa faltas, estás loco, pues quieres que la maldad deje de ser maldad y sea algo distinto. Pero si quieres no fracasar en tus deseos, puedes conseguirlo. Ejercítate en aquello que depende de ti. Es maestro de los hombres quien tiene poder sobre las cosas, ésas que otros quieren o no quieren, el poder de tomarlas o dejarlas. Quien quiera ser libre que no quiera ni evite nada que dependa de los demás; y si no observa esta norma, será un esclavo.

                                                            XV
            Recuerda que en la vida debes comportarte como si estuvieras en un banquete. Imagina que algo se lleva a la mesa y está frente a ti. Alarga el brazo y toma un trozo con discreción. Imagina que pasa por delante de ti. No lo retengas. Imagina que todavía no te ha llegado. No des rienda suelta a tu deseo y espera a que esté frente a ti. Actúa así con respecto a los niños, con respecto a las mujeres, y del mismo modo con los cargos oficiales, con la riqueza, y serás algún día un digno invitado a los banquetes de los dioses. Pero si no tomas nada de lo que está delante de ti, e incluso lo desprecias, entonces no sólo serás un invitado en los banquetes de los dioses, sino también un compañero igual a ellos en poder. Pues actuando así Diógenes y Heráclito y otros como ellos fueron merecidamente divinos, y así fueron llamados.

                                                            XVI
            Cuando veas a alguien llorar desconsoladamente, porque su hijo se marcha a otro país o porque ha muerto o ha perdido sus bienes, guárdate de que la apariencia te arrastre apresuradamente con ella y te lleve a pensar que sufre por cosas externas. Haz una recta distinción en tu mente, y date cuenta de que no es lo sucedido lo que aflige a ese hombre, pues eso mismo no aflige a otro , sino que es la idea acerca de esas cosas lo que le aflige. En cuanto a las palabras, no te muestres reacio a mostrarle simpatía e incluso, si llega el caso, a compartir su lamento. Pero ten cuidado no vayas a lamentarte también en tu interior.

                                                            XVII
            Recuerda que eres un actor en una representación que será como el autor decida: corta si la quiere corta, larga si la quiere larga; si él quiere que representes el papel de un pobre, ocúpate de representar el papel con naturalidad; y si es el papel de un cojo, de un magistrado o de una persona privada, haz otro tanto. Pues ése es tu deber: actuar bien en el papel que se te da; pero seleccionar el papel corresponde a otro.

                                                            XVIII
            Cuando un cuervo grazna de forma inauspiciosa, no dejes que la apariencia te arrastre. Haz una recta distinción en tu mente y di: «Ninguna de estas cosas tiene significado para mí, sino sólo para mi pobre cuerpo, mis pequeñas propiedades, mi reputación, mis hijos o mi esposa; pero para mí todos los signos son auspiciosos si así lo quiero. Pues sea lo que fuere lo que de ahí resulte, de mí depende sacar beneficio de ello.»
                                                            XIX
            Puedes ser invencible si no entras en un combate en el que ganar no dependa de ti. Ten cuidado, entonces, cuando veas a un hombre que recibe honores o posee un gran poder o es altamente estimado por alguna razón, no le supongas dichoso y no te dejes llevar por las apariencias. Pues si la naturaleza del bien dependiera de cada uno, ni la envidia ni los celos tendrían cabida entre nosotros. No aspires a ser general, senador o cónsul, sino sólo un hombre libre; y no hay más que un camino para ello: desdeñar  todo aquello que no depende de nosotros.

                                                            XX
            Recuerda que lo que te ofende no es la acción del que te insulta o te golpea, sino la opinión que tienes acerca de lo que significa ser ofendido. Cuando un hombre te irrite, debes saber que es tu propia opinión la que te ha irritado. Por consiguiente, esfuérzate de forma especial en no dejarte llevar por las apariencias. pues cuanto antes lo hagas, más fácilmente adquirirás control sobre ti mismo.

                                                            XXI
            Deja que la muerte, el exilio y todo aquello que parece terrible se presente cotidianamente ante sus ojos; pero sobre todo la muerte, y nunca pensarás en nada indigno ni desearás nada de forma desmedida.

                                                            XXII
            Si anhelas la filosofía, prepárate desde el principio a ser ridiculizado, a que muchos se burlen de ti y digan: «Mira, de repente se nos ha hecho filósofo; ¿de dónde sale esa mirada suficiente?». Pero tú abstente de mostrar actitud suficiente, ateniéndote, por el contrario, a las cosas que te parezcan mejores, en tanto que señaladas por Dios para ese momento. Y recuerda que, si perseveras en los mismos principios, los que antes te ridiculizaban te admirarán después; pero si eres superado por ellos, se redoblarán las burlas contra ti.

                                                            XXIII
            Si alguna vez quisieras volverte hacia los cosas exteriores a fin de complacer a alguien, debes saber que eso significa que has extraviado tu camino en la vida. Conténtate, pues, en todo, con ser un filósofo; y si quieres aparecer ante los ojos de otros como filósofo, aparece como tal ante ti mismo, y que eso te baste.

                                                            XXIV
            No permitas que te aflijan pensamientos como éste: «Viviré sin honores y no seré nadie en ninguna parte». Pues si la falta de honores es un mal, no puedes estar en el mal por causa de otro, del mismo modo que no puedes ser responsable de la vileza de otro. ¿Es acaso asunto tuyo obtener el rango de un magistrado o ser invitado a un banquete? De ningún modo. ¿Cómo, entonces, puede ser eso un deshonor? ¿Y cómo puedes decir que no serás nada en ninguna parte, cuando sólo debes ser algo en aquellas cosas que dependen de ti, en las que en verdad te es dado ser un hombre de gran valor? Pero, podrás decir, tus amigos no recibirán tu ayuda. Ahora bien, ¿qué significa carecer de ayuda? No recibirán dinero de ti, ni les harás ciudadanos romanos. ¿Quién te dijo que esas cosas dependen de nosotros y no de los otros? ¿Y quién puede dar a otros lo que no tiene? Consigue dinero, dicen tus amigos, para que nosotros participemos de él. Si puedo conseguir dinero y al mismo tiempo conservar mi modestia, y mantenerme fiel y magnánimo, enseñadme el camino y lo conseguiré. Pero si me pedís que me prive de aquello que poseo de bueno, para que vosotros podáis alcanzar cosas que no son buenas, seréis desconsiderados y necios. Además, ¿qué es lo que preferís tener, dinero o un amigo modesto y fiel? Para este fin, entonces, ayudadme más bien a ser un hombre con esas cualidades y no me pidáis que haga precisamente aquello que me haría perder tal condición. Pero mi patria, decís, por lo que a mí atañe no recibirá ninguna ayuda. Pregunto de nuevo: ¿a qué ayuda os referís? No colaborarás a que tenga pórticos ni baños, responderéis. ¿Y qué significa eso? Tampoco obtendrá zapatos de un herrero, ni armas de un zapatero. Pero basta con que cada uno realice el trabajo que le corresponde. Y si se le proporcionan ciudadanos fieles y modestos, ¿no le será eso útil? ¿Sí? Pues de ese modo se le puede ser útil. ¿Qué lugar, dices, se ocupará entonces en la ciudad? El que uno pueda, si mantiene al mismo tiempo la fidelidad y la modestia. Pero si cuando quieres ser útil al Estado, pierdes estas cualidades, ¿qué provecho habría para nadie en ser desvergonzado y desleal?

                                                            XXV
            ¿Han preferido a otro antes que a ti para invitarle a un banquete?, ¿o en saludarle o a la hora de hacerle alguna consulta? Si tales cosas son buenas, deberías alegrarte por quien las ha conseguido; y, si son malas, no te aflijas porque tú no las tengas; y recuerda que, si no haces las mismas cosas que los demás a fin de obtener lo que no depende de ti, no podrás alcanzar lo mismo que ellos. Pues, ¿cómo podrías conseguir de alguien lo mismo que el que está continuamente a su puerta, esperando su llegada si está fuera, si tú no haces otro tanto, si no le halagas como el otro le halaga? Serás injusto e insaciable si no pagas el precio estipulado por aquello que se vende, y quieres obtenerlo por nada. Veamos, ¿cuánto vale una lechuga? Un óbolo, quizá. Si un hombre da el óbolo, recibe a cambio la lechuga, pero si no renuncias al óbolo y no consigues la lechuga, no pienses que recibes menos que el que la ha comprado. Pues si él tiene la lechuga, tú tienes el óbolo que no has dado. De la misma forma, entonces, en lo que atañe al otro asunto: no fuiste invitado al banquete, porque no diste al anfitrión el precio que pedía por él; él lo vende a cambio de halagos y atenciones personales. Dale el precio que pide, si es que te interesa estar allí. Pero si no quieres pagar el precio y pretendes sin embargo obtener algo, eres insaciable y tonto. ¿Acaso no tienes nada a cambio de la cena? Algo tienes, en verdad; el no haber halagado a quien no querías halagar y el no tener que soportar a los que asisten al banquete.

                                                            XXVI
            Podemos conocer los designios de la naturaleza a partir de las cosas en que no diferimos unos de otros. Por ejemplo, cuando el esclavo de tu vecino ha roto su copa, o cualquier otro objeto, estamos prestos a decir que son cosas que ocurren. Debes, pues, tener en cuenta que cuando es tu copa la que se rompe, deberías pensar exactamente lo mismo que cuando se rompió la del vecino. Traslada esta misma reflexión a otras cosas de mayor importancia. ¿Ha muerto el hijo o la esposa de alguien? No hay nadie que no diga que eso es algo que puede ocurrirle a cualquier ser humano. Pero si muere el hijo o la mujer de uno mismo, sin duda se gritará: «¡Ay de mí! ¡Qué desgracia la mía!». Debemos entonces recordar lo que sentimos cuando nos enteramos de que eso mismo les ha sucedido a otros.

                                                            XXVII
            La naturaleza del mal está en el mundo como un blanco, que se coloca para adiestrarnos, no para hacernos errar.

                                                            XXVIII
            Si te pidiera que pusieses tu cuerpo a disposición del primero que encuentres en el camino, te sentirías ofendido, pero poner tu entendimiento en manos del primero que encuentras, de modo que si él te insulta, tu entendimiento se siente turbado y alterado, ¿eso no te avergüenza?

                                                            XXIX
            En cada cosa que vayas a emprender, observa lo que viene en primer lugar y lo que viene después; y una vez que lo hayas considerado de este modo, procede a actuar. De lo contrario, te acercarás a todo de forma apresurada, sin pensar en lo que debe venir después; y luego, cuando ciertas cosas desagradables se manifiesten, te sentirás avergonzado. Piensa en un hombre que quiere ganar en los juegos olímpicos. A cualquiera nos gustaría, pues es, en verdad, algo hermoso. Pero observa tanto las cosas que vienen primero como las que deben venir después; y un vez hecho esto, actúa. Deberás ajustarte en todo a unas normas, alimentarse según unos criterios estrictos; abstenerse de cosas delicadas; hacer ejercicio, según se te ordene, a determinadas horas, haga calor o frío; no podrás beber agua fría ni vino cuando te apetezca. En otras palabras, deberás ponerte en manos del maestro de ejercicios y obedecerle como si fuera un médico, y luego proceder a la lucha. Y a veces torcerte una mano, dislocarte una articulación, tragar mucho polvo, a veces ser golpeado, y, después de todo esto, tal vez salir derrotado. Cuando has considerado todas estas cosas, si todavía lo quieres, prepárate para la lucha; si no, te comportarás como los niños, que unas veces juegan a ser luchadores, otras a tocar la trompeta, luego otra vez a gladiadores y después de nuevo a trompeteros o actores de tragedia: del mismo modo, también tú serás a veces un atleta, a veces un gladiador, luego un retórico, más tarde un filósofo, pero con toda tu alma no serás nada en absoluto; simplemente, imitarás como un mono todo cuanto veas y las cosas que te van complaciendo una tras otra. Pues nada habrás emprendido de forma reflexiva y atenta, sino descuidadamente y por capricho.
            Así, algunos que han visto un filósofo y han oído hablar a otro, como Eufrates -¿y quién puede hablar como Eufrates?- también quieren ser filósofos. Pero examina primero de qué se trata, y observa luego tu propia naturaleza, para ver si eres capaz de adaptarte a ello. ¿Quieres ser atleta o luchador? Mira tus brazos, tus muslos, examina tu torso. Pues diferentes hombres han sido formados por la naturaleza para diferentes cosas. ¿Crees que si quieres hacer estas cosas podrás comer y beber de la misma manera, y de la misma manera también detestar ciertas cosas? Deberás pasar noches en vela, soportar la fatiga. separarte de tus allegados, ser despreciado por un esclavo; en todo tendrás el lugar inferior, en honores, en cargos, en los tribunales de justicia, en todo tipo de cosas. Considera todo eso, y piensa si quieres cambiarlas por impasibilidad, libertad, tranquilidad. Pero ten cuidado, no vayas a ser, como los niños pequeños, ahora filósofo, luego sirviente de los publicanos, después retórico y más tarde procurador del César. Estas cosas no son coherentes. Debes ser un solo hombre, sea bueno o malo. Debes cultivar tu propia facultad rectora, o dedicarte a las cosas externas; debes ejercitar tu destreza en las cosas internas o en las cosas externas; es decir, debes mantener la posición de un filósofo o la de una persona común.

                                                            XXX
            Los deberes son universalmente medidos por las relaciones. ¿Se trata de un padre? Lo preceptivo es cuidar de él, obedecerle en todas las cosas, someterse cuando te reprocha o te golpea. Pero supongamos que es un mal padre. ¿Acaso era obligado que tuvieras un buen padre? No, tan sólo un padre. ¿Es tu hermano injusto contigo? Mantén entonces tu posición con respecto a él y no examines lo que está haciendo, sino lo que tú debes hacer para que tu voluntad sea conforme con la naturaleza. Pues los otros no te harán daño a no ser que tú así lo decidas; pero serás dañado cuando pienses que se te hace daño. De esta forma, entonces, descubrirás tu deber a partir de la relación con un vecino, un ciudadano, un general, si estás acostumbrado a contemplar las relaciones.


                                                            XXXI
            En cuanto a tu devoción para con los dioses, debes saber que esto es lo principal: tener rectas opiniones acerca de ellos, pensar que existen y que administran todo de una manera bella y justa, y debes fijarte tú mismo el deber de obedecerlos y ceder a ellos en todo lo que sucede, y aceptarlo voluntariamente cumpliéndolo con la más sabia inteligencia. Pues si haces así, nunca censurarás a los dioses, ni los acusarás de olvidarse de ti. Y no es posible hacer esto de ninguna otra forma que renunciando a las cosas que no dependen de ti, y colocando el bien y el mal sólo en aquellas cosas que dependen de ti. Pues si piensas que algunas de las cosas que no dependen de ti es buena o mala, es absolutamente inevitable que cuando no obtengas lo que quieres, y cuando caigas en aquellas cosas que no quieres, encuentres falta y odio en lo que lo ocasiona; pues todo animal está formado por naturaleza para eso, para huir y apartarse de las cosas que parecen dañinas y de las cosas que causan ese daño, y para buscar y admirar las cosas que son útiles y las que son causa de dicha utilidad.
            Es imposible, entonces, para una persona que se cree dañada deleitarse con lo que le parece ser la causa del daño, como le es imposible sentirse complacido con el daño mismo. Por esta razón, también un padre es injuriado por su hijo cuando no le hace partícipe de cosas que son consideradas buenas; esto fue lo que convirtió en enemigos a Polinices y Eteocles, la idea de que el poder real era un bien. Por esta razón el agricultor injuria a los dioses, por esta razón lo hacen quienes pierden a su mujer y a sus hijos. Pues donde hay interés, también hay devoción. Consecuentemente, el que tiene cuidado para desear como debe y evitar como debe, también, al mismo tiempo, cuida su devoción. Pero hacer libaciones y sacrificar y ofrecer las primicias, según la costumbre de nuestros padres, de forma pura y no de manera negligente o descuidada, ni de forma insuficiente ni por encima de nuestras posibilidades, es algo que a todos corresponde hacer.

                                                            XXXII
            Cuando recurres a la adivinación, recuerda que no sabes qué sucederá, pues por eso has ido a preguntar al adivino. Pero cuál es la naturaleza de lo que te aguarda lo sabrás, una vez previsto el acontecimiento, si, en verdad, eres filósofo. Pues si es cualquiera de las cosas que no dependen de nosotros, es absolutamente seguro que no podrá ser ni bueno ni malo. No vayas, pues, al adivino con deseo ni con aversión; si así lo haces, te acercarás a él con miedo. Ve con la idea clara en tu mente de que todo lo que pueda ocurrir es indiferente y no te concierne, y que, sea lo que fuere lo que pueda acaecer, de ti dependerá utilizarlo bien, algo que ningún hombre podrá; ve, pues, con confianza en los dioses tomándolos por consejeros. Y luego, cuando se te haya dado el consejo, recuerda a quién has tomado por consejero, y a quién desdeñarás si no obedeces. Y ve al adivino, como Sócrates recomendó, a consultar sobre esos asuntos en los que toda la indagación hace referencia al resultado, y en los que no disponemos de medios, ni por la razón ni por ningún otro arte, para conocer lo que es objeto de la indagación. Sin embargo, cuando haya que exponerse a un peligro, sea por un amigo o por la patria, no es aconsejable consultar al adivino. Pues si el adivino dice que los signos de las víctimas son infaustos, está claro que se trata de un signo de muerte, o de mutilación de una parte del cuerpo, o de exilio. Pero se impone la razón de que, incluso con estos riesgos, debemos compartir los peligros del amigo o de la patria. Por consiguiente, espera al más grande de los adivinos, el dios pitio, que expulsó del templo a aquel que no ayudó a su amigo cuando iban a matarle.

                                                            XXXIII
            Debes prescribirte de inmediato una forma de actuar y unos criterios, que deberás observar tanto cuando estés solo como cuando te encuentres con los hombres.
            Que el silencio sea la norma general, o que se diga sólo lo necesario con parquedad de palabras. Y raras veces, sólo cuando la ocasión lo demande, dirás algo; pero nunca sobre temas vulgares: gladiadores, carreras de caballos, atletas, comidas o bebidas, que son motivos habituales de conversación; y, en especial, nunca digas nada acerca de nadie, ni para censurarle ni para alabarle, ni tampoco para compararle. Si te es posible, encauza con tus palabras la conversación de quienes están contigo hacia lo que es propio. Pero si ocurriera que estás en compañía de extraños, guarda silencio.
            No te rías demasiado: ni en muchas ocasiones, ni de forma estentórea.
            Si te es posible, rechaza completamente los juramentos; y si no, recházalos en la medida en que puedas.
            Evita los banquetes ofrecidos por extraños y por personas ignorantes. Pero si debes asistir a alguno, que no decaiga la atención, de modo que no te dejes arrastrar jamás por los modales del vulgo. Pues debes saber que si tu compañero es impuro, también el que está con él llegará a ser impuro, aunque ahora pueda estar limpio.
            Toma las cosas que se relacionan con el cuerpo, como comida, bebida, vestido, casa y esclavos, en la medida en que sean estrictamente necesarias, pero excluye todo lo que es motivo de ostentación o de lujo.
            En cuanto a los placeres carnales, abstente en la medida que puedas ante del matrimonio; pero, si incurres en ello, hazlo de la forma que es adecuada a la costumbre. No te muestres, sin embargo, desagradable con quienes se entregan a ellos ni los repruebes; y no alardees de que tú no los practicas.
            Si te dicen que alguien habla mal de ti, no te defiendas de lo que se haya dicho; más bien, limítate a responder: ese hombre no conocía el resto de mis faltas, pues, de haberlas conocido, no habría mencionado sólo esa.
            No es necesario ir al teatro a menudo; pero si se presenta la ocasión adecuada para ir, no te muestres partidario de nadie salvo de ti mismo, esto es, no manifiestes deseo de que las cosas se desarrollen de otro modo a como suceden, y no expreses tu deseo de que salga vencedor alguien distinto de quien realmente gana; de este modo no encontrarás obstáculos. Pero abstente por completo de gritos, risas y emociones violentas. Y cuando salgas, no hables mucho acerca de lo sucedido en el escenario, a no ser que ello pueda aportarte algo positivo. Pues si hablas mucho, quedará claro que admiras el espectáculo.
            No acudas con frecuencia a las recitaciones y lecturas públicas. Pero, si vas, observa gravedad y equilibrio y evita cualquier comportamiento desagradable.
            Cuando debas encontrarte con alguien, y particularmente si está considerado de superior condición social, piensa en lo que Sócrates o Zenón habrían hecho en tales circunstancias y no tendrás dificultad en mantener la actitud apropiada a la ocasión.
            Cuando vayas a ver a una persona que ocupe un cargo importante, hazte a la idea de que no lo encontrarás en casa, que se te impedirá acceder a él, que ni siquiera se te abrirá la puerta, o que el personaje en cuestión no querrá atenderte. Y si con todo esto es tu deber visitarlo, acepta lo que suceda, y nunca te digas a ti mismo que la respuesta no ha sido la adecuada. Pues esto es necedad y denota el carácter de un hombre que se siente ofendido por las cosas externas.
            En compañía, guárdate de hablar mucho acerca de tus propios actos o los peligros por los que has pasado; pues aunque a ti te complazca hacer mención de ello, no complacerá a los otros escucharte. Ten cuidado también de no provocar la risa; pues éste es un camino que empuja hacia los hábitos vulgares y servirá para disminuir el respeto de tus vecinos. Es también un hábito peligroso sumarte a las charlas obscenas. Si algo así llegare a sucederte, corrige a quien haya promovido esa charla si se te presenta la ocasión; y, en caso contrario, que tu silencio, al menos, tu sonrojo y la expresión contrariada en tu semblante, muestren con claridad el desagrado que esa charla te inspira.

                                                            XXXIV
            Si has concebido la idea de algo que te complace, guárdate de ser arrastrado por ello; más bien deja que el asunto espere y tómate un cierto plazo por tu parte. Luego piensa en ambos momentos, en el momento en que gozabas del placer, y en el momento, después del goce, en que te arrepentirás y te harás reproches a ti mismo. Y coloca frente a esto la visión de cómo te regocijarás si te has abstenido del placer y cuán satisfecho te vas a sentir de ti mismo. Pero si te parece razonable embarcarte en esa situación, ten cuidado para que su encanto, su agrado y su atractivo no te venzan; coloca en el otro lado la idea de cuánto mejor es ser consciente de haber conseguido esa victoria.

                                                            XXXV
            Cuando has decidido que una cosa debe ser hecha y la estás haciendo, nunca evites que te vean, aunque muchos puedan formarse una opinión desfavorable de ti. Si no es correcto hacer lo que haces, debes evitarlo; pero si es correcto, ¿por qué temer que a los demás les parezca mal sin motivo alguno?

                                                            XXXVI
            Así como las proposiciones «es de día» y «es de noche» tienen pleno fundamento en un argumento con sentido disyuntivo, pero carecen de él con sentido conjuntivo, lo mismo en un banquete seleccionar el trozo más grande puede tener valor para el cuerpo, pero no para el mantenimiento de la conducta social adecuada. Cuando estés comiendo con otros, acuérdate de pensar no sólo en el valor que para el cuerpo tienen las cosas que se te ofrecen, sino también en el valor de la conducta que se debe observar con el anfitrión.

                                                            XXXVII
            Si has asumido un papel por encima de tus posibilidades, habrás actuado de forma inadecuada y a la vez, habrás desperdiciado la posibilidad de actuar correctamente.

                                                            XXXVIII
            Del mismo modo que tienes cuidado de no pisar un clavo o torcerte un pie cuando caminas, ten cuidado también de no dañar la parte rectora de tu alma; si observas esta norma en todos tus actos, los emprenderás con mayor seguridad.

                                                            XXXIX
            El cuerpo es la medida de lo que cada uno debe tener, igual que la medida del calzado es el pie. Si tienes como norma las necesidades del cuerpo, te mantendrás dentro de la medida; pero si las sobrepasas, necesariamente caerás como por un precipicio. Es lo mismo que ocurre con el zapato, si vas más allá de las necesidades del pie: primero el zapato será dorado, luego púrpura, luego bordado; pues no hay límite una vez que se ha superado la justa medida.

                                                            XL
            A partir de los catorce años las mujeres son llamadas por los hombres «señoras». Por eso, viendo que nada más pueden conseguir, sino sólo el poder de yacer con los hombres, comienzan a acicalarse y en esto ponen sus esperanzas. Es justo entonces preocuparse de que comprendan que no son valoradas por los hombres más que por parecer decentes y discretas.

                                                            XLI
            Es signo de mediocridad gastar mucho tiempo en las cosas que conciernen al cuerpo, como hacer mucho ejercicio, comer mucho, beber mucho, dedicar mucho tiempo a evacuar y a la relación sexual. Estas cosas deberían hacerse como algo secundario, y dejar que toda la atención esté puesta e la mente.
                                                            XLII
            Cuando alguien te trata mal o habla mal de ti, recuerda que lo dice o lo hace porque piensa que debe hacerlo. Él no puede hacer lo que a ti te parece correcto, sino lo que a él le parece correcto. Consecuentemente, si está equivocado en su opinión, él es la persona perjudicada, pues él es quien está engañado; si un hombre supone que una proposición verdadera es falsa, no es la proposición la que resulta perjudicada por ello, sino el hombre que se equivoca en su juicio. Si actúas, entonces, viendo las cosas de este modo, serás amable con quien te ofende, pues en cada  ocasión te dirás: «Actúa así porque así le parece».

                                                            XLIII
            Todo tiene dos asas, una por la que puede ser llevado y otra por la que no. Si tu hermano actúa injustamente no agarres el acto por el asa de que él actúa injustamente, pues ésa es el asa por la que no puede ser llevado; agárralo por la otra, por la de que es tu hermano y se ha criado contigo; así lo agarrarás por el asa por la que puede ser llevado.

                                                            XLIV
            Estos razonamientos no son coherentes: «Soy más rico que tú; por consiguiente, soy mejor que tú». Por el contrario, éstos son más coherentes: «Soy más rico que tú, por consiguiente mis posesiones son mayores que las tuyas», «soy más elocuente que tú, por consiguiente mi discurso es superior al tuyo». Pero tú no eres ni posesión ni discurso.

                                                            XLV
            ¿Un hombre se baña deprisa? No digas que se baña mal, sino que se baña deprisa. ¿Un hombre bebe mucho vino? No digas que bebe mal, sino que bebe mucho. Pues antes de determinar su intención, ¿cómo sabes que está actuando mal? Así no te sucederá que, al percibir algunas apariencias, asientas a otras.

                                                            XLVI
            En ninguna ocasión te llames a ti mismo filósofo ni prodigues tu discurso entre quienes carecen de instrucción sobre ideas filosóficas; más bien, haz lo que se deriva de ellas. Por ejemplo, en un banquete, no digas cómo se debe comer, sino come como se debe comer. Recuerda que de este modo también Sócrates evitó la ostentación: con frecuencia se le acercaban quienes le pedían ser recomendados por él a otros filósofos y él les llevaba ante ellos; así, tan sencillamente, aceptaba que lo hiciesen de menos. En consecuencia, si surgiese una conversación acerca de cualquier teoría, por regla general deberás guardar silencio, pues hay gran peligro de que vomites inmediatamente todo lo que no has digerido. Y cuando un hombre te diga que no sabes nada y tú no te ofendas, estate seguro de que has empezado a andar el camino de la filosofía. Pues ni siquiera las ovejas vomitan su hierba para mostrar a los pastores lo que han comido; en vez de ello, cuando han digerido interiormente el pasto, producen exteriormente lana y leche. No muestres tampoco tú tus teorías a los no instruidos; muestra, más bien, los actos que se derivan de la digestión.



                                                            XLVII
            Cuando de forma austera hayas dado al cuerpo lo que necesita, no te sientas orgulloso de ello; y, si bebes agua, no digas en cada ocasión que bebes agua. Piensa cuánto más frugales son quienes están en la miseria y cuántas penas soportan. Y si quieres ejercitarte en la resistencia y la paciencia, hazlo por ti mismo y no por los otros: no te dediques a abrazar estatuas. Pero si alguna vez te sientes muy sediento, toma un trago de agua fría, escúpela y no digas nada a nadie.

                                                            XLVIII
            Es condición y característica de una persona no instruida no esperar nunca de sí mismo provecho ni daño alguno, sino sólo del exterior. Es condición y característica de un filósofo esperar todo provecho y daño de sí mismo. Los signos de quien está haciendo progresos son éstos: no censura a nadie, no alaba a nadie, no critica a nadie, no acusa a nadie, no dice nada acerca de sí mismo como si se considerara alguien o conociera algo; cuando se siente contrariado o en dificultad, se censura a sí mismo; si alguien le alaba, ridiculiza para sí a quien lo hace; si alguien le critica, no se defiende; camina como los enfermos, procurando no mover nada de lo que está colocado, antes de que esté firmemente asentado; aparta todo deseo de sí mismo, y transfiere su aversión sólo a aquellas cosas que, dependiendo de él mismo, son contrarias a la naturaleza; despliega un movimiento moderado hacia todo; si se le considera necio o ignorante, no se preocupa; y, en una palabra, se vigila a sí mismo como si fuera un enemigo perpetuamente al acecho.

                                                            XLIX
            Cuando un hombre se sienta orgulloso porque puede comprender y explicar los escritos de Crisipo, hazte esta reflexión: si Crisipo no hubiera escrito oscuramente, ese hombre no tendría nada de lo que sentirse orgulloso. Pero ¿qué es lo que yo quiero? Comprender la naturaleza y seguirla. Pregunto, por consiguiente, quién la interpreta; y cuando me dicen que el intérprete es Crisipo, recurro a él. Pero no comprendo lo que escribe y por consiguiente busco a quien lo interprete. Hasta aquí no hay todavía nada para sentirse orgulloso. Pero cuando haya encontrado al intérprete. lo que queda todavía por hacer es utilizar las enseñanzas. Esto es lo único de lo que puede uno sentirse orgulloso. Pues si me limito a admirar la exposición, ¿en qué me habré convertido sino en un gramático en lugar de un filósofo? Sólo habrá una diferencia, que estoy explicando a Crisipo en lugar de Homero. Cuando alguien, entonces, me dice: «Lee a Crisipo para mí», más bien me sonrojo al no poder mostrar que mis actos se ajustan y son coherentes.

                                                            L
            Cuantas normas se te propongan, acéptalas como si fueran leyes, y siéntete culpable de impiedad si infringes cualquiera de ellas. Y a quien te hable de ellas no le hagas caso. Pues eso no es de tu incumbencia. ¿Por cuánto tiempo diferirás aún el creerte digno de lo mejor y el no transgredir en nada la razón? ¿Has aceptado las teorías con las que era tu deber estar de acuerdo y les has dado tu consentimiento? ¿Qué maestro esperas todavía para encomendarle a él la corrección de ti mismo? Ya no eres un niño, sino un adulto. Si eres negligente y perezoso, y estás continuamente dilación tras dilación, y propósito tras propósito, y esperas día tras día a ocuparte de ti mismo, no serás consciente de que no estás mejorando, sino que continuarás ignorante mientras vivas y hasta que mueras. Ahora mismo, pues, piensa rectamente en vivir como un adulto y una persona competente, y que todo lo que te parece lo mejor se convierta para ti en una ley inviolable. Y si cualquier cosa, penosa o placentera, gloriosa o no gloriosa, se te presenta, recuerda que es ahora el combate, que ahora son los juegos olímpicos, y no pueden ser diferidos; y que de uno depende la derrota y que esa posibilidad de progresar se consume o se pierda. Por ese camino llegó Sócrates a ser perfecto, mejorando en todas las cosas, no atendiendo a nada sino a la razón. Y tú, aunque todavía no seas un Sócrates, debes vivir como quien quiere ser un Sócrates.

                                                            LI
            La primera parte de la filosofía, y la más necesaria, es la puesta en práctica de las ideas; por ejemplo, que no se debe mentir. La segunda parte es la que corresponde a las demostraciones, por ejemplo, cómo se demuestra que no se debe mentir. La tercera es la que confirma y explica las otras dos; por ejemplo, ¿cómo es esta demostración?, ¿qué es una demostración?, ¿qué es una consecuencia?, ¿qué es una contradicción?, ¿qué es lo verdadero?, ¿qué es lo falso? La tercera parte es necesaria en virtud de la primera; pero la más necesaria y aquella en la que debemos apoyarnos es la primera. Sin embargo hacemos lo contrario. Gastamos nuestro tiempo en la parte tercera, y todo nuestro esfuerzo y nuestra disposición se va en ello; mientras tanto, desdeñamos por completo la primera. Por consiguiente, mentimos. Pero la demostración de que no debemos mentir la tenemos siempre dispuesta.

                                                            LII
            En toda circunstancia deberíamos tener presente estas máximas:

                        Condúceme, ¡oh Zeus, y tú, Destino!
                        por el camino que me habéis prescrito:
                        aquí estoy, dispuesto a seguirlo. Y si no quisiere,
                        atraeré sobre mí la desgracia, y lo seguiré igualmente. [Cleantes]

                        A quien noblemente se somete a la necesidad,
                        lo tenemos por sabio y diestro en las cosas divinas. [Eurípides]

            Y una tercera:

                        ¡Oh Critón! Que así sea, si así complace a los dioses. Anito y Melito pueden, en verdad, matarme, mas no causarme daño. [Sócrates/Platón]

(Epicteto, Enquiridión. Trad.: A.López y M.Tabuyo. J.J.Olañeta, Palma, 2007)