EPICTETO: ENQUIRIDIÓN
I
Hay ciertas cosas que dependen de
nosotros y otras que no. Dependen de nosotros la opinión, las inclinaciones, el
deseo, la aversión y, en definitiva, todo lo que son nuestros propios actos. No
dependen de nosotros el cuerpo, las riquezas, la reputación, los cargos y, en
definitiva, todo lo que no son nuestros propios actos. Las cosas que dependen
de nosotros son por naturaleza libres, no están sujetas a restricciones ni
impedimentos; pero las cosas que no dependen de nosotros son débiles, serviles,
están sujetas a restricciones impuestas por la voluntad de otros. Recuerda,
pues, que si crees libres las cosas que por naturaleza son serviles, y que es
tuyo lo que depende de otros, encontrarás impedimentos, te lamentarás, te
sentirás turbado, censurarás tanto a los dioses como a los hombres; pero si
sólo consideras tuyo lo que es tuyo, y de los otros lo que es de los otros, tal
como realmente es, nadie te exigirá nada ni te pondrá obstáculos; y tú nunca
censurarás a nadie, ni acusarás a nadie, ni harás nada contra tu voluntad;
nadie te perjudicará, no tendrás enemigos, no sufrirás ningún daño.
Si aspiras a tan altos objetivos,
recuerda que no debes regatear esfuerzos para alcanzarlos; además deberás
renunciar por completo a algunas cosas y posponer otras para más adelante. Pero
si anhelas también tener al tiempo cargos y riquezas, quizá no los consigas si
realmente aspiras a aquellos otros grandes objetivos; y, ciertamente, no
conseguirás lo único que puede asegurarte felicidad y libertad. Ejercítate
entonces en seguir el camino recto, diciendo a toda tosca apariencia: «Eres sólo
una apariencia y de ningún modo lo que pareces ser». Examínala según los
criterios que posees, y, sobre todo, según este primero y principal: si tiene
relación con las cosas que dependen de uno mismo o con las que no dependen de
uno mismo; y si forma parte de estas últimas, estate presto a decir que no te
concierne.
II
Recuerda que el deseo contiene la
esperanza de obtener lo deseado; y el deseo que hay en la aversión es no caer
en lo que se intenta evitar; el que no logra su deseo es desafortunado; el que
cae en lo que quiere evitar es desgraciado. Si intentas evitar sólo las cosas
contrarias a la naturaleza que dependen de ti, no te verás envuelto en ninguna
de las cosas que quieres evitar. Pero si intentas evitar la enfermedad, la
muerte o la pobreza, serás desgraciado. Aparta, pues, de ti la aversión hacia
todo aquello que no depende de ti, y transfiérela a las cosas contrarias a la
naturaleza que dependen de ti. Elimina completamente el deseo. Pues si deseas
cualquier cosa que no depende de ti, serás necesariamente desafortunado; pero
de las cosas que dependen de ti, y que sería bueno desear, nada está todavía a
tu alcance. Utiliza sólo la capacidad de tender hacia un objetivo o apartarte
de él; y utiliza esta capacidad de forma moderada, con reservas y con
circunspección.
III
En todo lo que complace al alma, o
satisface una necesidad, o es amado, recuerda añadir a la descripción de cada
cosa la pregunta por su naturaleza, empezando por las cosas más pequeñas. Si
amas una vasija de barro, piensa que es una vasija de barro lo que amas; pues
cuando se rompa no sentirás turbación. Si besas a tu hijo o a tu mujer, piensa
que es un ser humano a quien estás besando, pues si la esposa o el hijo mueren,
no sentirás turbación.
IV
Cuando te dispongas a realizar
cualquier acción, piensa en qué tipo de acción se trata. Si vas a tomar un
baño, imagina lo que sucede en el baño; unos salpicando el agua, otros
empujándose entre sí, otros insultándose, otros robando; y así emprenderás la
acción con más seguridad, si te dices a ti mismo: «Ahora tengo intención de
bañarme y mantener mi voluntad en armonía con la naturaleza». Y lo mismo debes
hacer con cada acción, pues, de este modo, si aparece algún obstáculo a tu
baño, pensarás: «No era eso sólo lo que
yo quería, sino también mantener mi voluntad en armonía con la
naturaleza; pero no la mantendré en este estado si me siento irritado por lo
que sucede».
V
Los hombres se sienten molestos no
por las cosas que les suceden, sino por las ideas que tienen acerca de las
cosas; por ejemplo: la muerte no es nada terrible, pues, si lo fuera, también a
Sócrates se lo habría parecido; por la idea acerca de la muerte, que la muerte
es terrible, resulta terrible la muerte. Cuando nos sintamos contrariados,
molestos o apenados, nunca deberíamos censurar a otros, sino a nosotros mismos,
es decir, a nuestras ideas. Es acción propia de hombres escasamente instruidos
censurar a los otros por la mala disposición propia; es acción propia de quien
ha comenzado a ser instruido, dirigir la censura a sí mismo; y es propio de
aquel cuya instrucción ya se ha completado no censurar a los demás ni tampoco a
sí mismo.
VI
No te sientas satisfecho de ningún
mérito que corresponda a otro. Si un caballo, sintiéndose satisfecho, dijera:
«Soy hermoso», se podría aceptar. Pero cuando tú te sientes satisfecho y dices:
«Tengo un hermoso caballo», debes saber que te estás sintiendo satisfecho de
tener algo bueno que en realidad corresponde al caballo. ¿Qué es entonces lo
que te corresponde a ti? El uso de las apariencias. Consecuentemente, cuando en
el uso de las apariencias estás en armonía con la naturaleza, entonces puedes
sentirte satisfecho, pues lo estás por algo bueno que es tuyo.
VII
Cuando, en un viaje, el barco llega
a un puerto, puedes bajar a por agua, y puedes distraerte por el camino
recogiendo alguna caracola o algún bulbo, pero tus pensamientos deberán estar dirigidos
al barco, y deberías estar constantemente vigilante por si el capitán llama;
deberás entonces tirar todas esas cosas, si no quieres ser atado y metido en el
barco como una oveja; así también, en la vida, te pueden ser dados una mujer y
un hijo en lugar de un pequeño bulbo y una concha; nada te impedirá tenerlos.
Pero si el capitán te llama, corre al barco y déjalo todo sin pensar en ello. Y
si eres viejo, no te alejes del barco, no sea que cuando te llame tú no estés
por allí.
VIII
No trates de que las cosas que
ocurren ocurran como tú quieres; más bien, que las cosas que ocurren sean como
son, y la vida transcurrirá con tranquilidad.
IX
La enfermedad es un impedimento para
el cuerpo, pero no para la voluntad, a menos que la voluntad misma lo decida de
ese modo. La cojera es un impedimento para la pierna, mas no para la voluntad.
Y extiende esta reflexión a todo lo que te sucede; pues tu voluntad la
encuentra un impedimento para algo, pero no para ti mismo.
X
En cada cosa que te acontezca,
recuerda volverte hacia ti mismo y preguntarte qué poder tienes frente a ella.
Si ves a un hombre hermoso o a una mujer hermosa, verás que la facultad para
resistirte es la continencia. Si se te presenta el dolor, encontrarás la
capacidad de sufrimiento. Si se trata de palabras ofensivas, reconocerás la
paciencia. Y si has sido formado en estos hábitos, no te verás arrastrado por
las apariencias.
XI
Nunca digas por nada «lo perdí»,
sino «lo he devuelto». ¿Ha muerto tu hijo? Ha sido devuelto. ¿Ha muerto tu
mujer? Ha sido devuelta. ¿Te han arrebatado tus propiedades? ¿No han sido
también devueltas? Pero el que me lo ha quitado es un mal hombre, dirás. ¿Pero
qué te importa a ti por qué te lo quitó el que te lo dio? Mientras te lo
permita, cuida de ello como si perteneciera a otro, como hacen los viajeros con
la posada.
XII
Si quieres mejorar, desecha
pensamientos como éste: «Si descuido mis negocios, no tendré medios de vida»;«a
no ser que castigue a mi esclavo, se portará mal». Pues es mejor morir de
hambre, y así ser liberado de la pena y el miedo, que vivir en la abundancia
con preocupaciones; y es preferible que tu esclavo sea malo a que tú seas
desdichado. Empieza entonces por las cosas pequeñas. ¿Se ha derramado el
aceite? ¿Han robado algo de vino? Piensa en esa situación: a este precio se
vende el librarse de la inquietud, a aquel otro precio se vende la
tranquilidad, pero nada se consigue por nada. Y cuando llames a tu esclavo,
piensa que es posible que él no oiga tu llamada; y, si oye, que tal vez no haga
lo que quieras. Pero si tú no puedes ser inquietado, tu esclavo nunca podrá
inquietarte.
XIII
Si quieres mejorar, prepárate a ser
considerado insensato y necio en lo que atañe a las cosas externas. No
pretendas que te crean un entendido en nada. Y si a alguien pareces una persona
de importancia, desconfía de ti. Pues debes saber que no es fácil guardar tu
voluntad en armonía con la naturaleza y asegurar las cosas externas: si un
hombre es cuidadoso con lo uno, es absolutamente inevitable que desprecie lo
otro.
XIV
Si pretendes que tus hijos, tu mujer
y tus amigos vivan para siempre, eres tonto; pues pretendes que las cosas que
no dependen de ti dependan de ti, y que las cosas que pertenecen a otros sean
tuyas. Así, si pretendes que tu esclavo no cometa faltas, estás loco, pues
quieres que la maldad deje de ser maldad y sea algo distinto. Pero si quieres
no fracasar en tus deseos, puedes conseguirlo. Ejercítate en aquello que
depende de ti. Es maestro de los hombres quien tiene poder sobre las cosas,
ésas que otros quieren o no quieren, el poder de tomarlas o dejarlas. Quien
quiera ser libre que no quiera ni evite nada que dependa de los demás; y si no
observa esta norma, será un esclavo.
XV
Recuerda que en la vida debes
comportarte como si estuvieras en un banquete. Imagina que algo se lleva a la
mesa y está frente a ti. Alarga el brazo y toma un trozo con discreción.
Imagina que pasa por delante de ti. No lo retengas. Imagina que todavía no te
ha llegado. No des rienda suelta a tu deseo y espera a que esté frente a ti.
Actúa así con respecto a los niños, con respecto a las mujeres, y del mismo
modo con los cargos oficiales, con la riqueza, y serás algún día un digno
invitado a los banquetes de los dioses. Pero si no tomas nada de lo que está
delante de ti, e incluso lo desprecias, entonces no sólo serás un invitado en
los banquetes de los dioses, sino también un compañero igual a ellos en poder.
Pues actuando así Diógenes y Heráclito y otros como ellos fueron merecidamente
divinos, y así fueron llamados.
XVI
Cuando veas a alguien llorar
desconsoladamente, porque su hijo se marcha a otro país o porque ha muerto o ha
perdido sus bienes, guárdate de que la apariencia te arrastre apresuradamente
con ella y te lleve a pensar que sufre por cosas externas. Haz una recta
distinción en tu mente, y date cuenta de que no es lo sucedido lo que aflige a
ese hombre, pues eso mismo no aflige a otro , sino que es la idea acerca de
esas cosas lo que le aflige. En cuanto a las palabras, no te muestres reacio a
mostrarle simpatía e incluso, si llega el caso, a compartir su lamento. Pero
ten cuidado no vayas a lamentarte también en tu interior.
XVII
Recuerda que eres un actor en una
representación que será como el autor decida: corta si la quiere corta, larga
si la quiere larga; si él quiere que representes el papel de un pobre, ocúpate
de representar el papel con naturalidad; y si es el papel de un cojo, de un
magistrado o de una persona privada, haz otro tanto. Pues ése es tu deber:
actuar bien en el papel que se te da; pero seleccionar el papel corresponde a
otro.
XVIII
Cuando un cuervo grazna de forma
inauspiciosa, no dejes que la apariencia te arrastre. Haz una recta distinción
en tu mente y di: «Ninguna de estas cosas tiene significado para mí, sino sólo
para mi pobre cuerpo, mis pequeñas propiedades, mi reputación, mis hijos o mi
esposa; pero para mí todos los signos son auspiciosos si así lo quiero. Pues
sea lo que fuere lo que de ahí resulte, de mí depende sacar beneficio de ello.»
XIX
Puedes ser invencible si no entras
en un combate en el que ganar no dependa de ti. Ten cuidado, entonces, cuando
veas a un hombre que recibe honores o posee un gran poder o es altamente
estimado por alguna razón, no le supongas dichoso y no te dejes llevar por las
apariencias. Pues si la naturaleza del bien dependiera de cada uno, ni la
envidia ni los celos tendrían cabida entre nosotros. No aspires a ser general,
senador o cónsul, sino sólo un hombre libre; y no hay más que un camino para
ello: desdeñar todo aquello que no
depende de nosotros.
XX
Recuerda que lo que te ofende no es
la acción del que te insulta o te golpea, sino la opinión que tienes acerca de
lo que significa ser ofendido. Cuando un hombre te irrite, debes saber que es
tu propia opinión la que te ha irritado. Por consiguiente, esfuérzate de forma
especial en no dejarte llevar por las apariencias. pues cuanto antes lo hagas,
más fácilmente adquirirás control sobre ti mismo.
XXI
Deja que la muerte, el exilio y todo
aquello que parece terrible se presente cotidianamente ante sus ojos; pero sobre
todo la muerte, y nunca pensarás en nada indigno ni desearás nada de forma
desmedida.
XXII
Si anhelas la filosofía, prepárate
desde el principio a ser ridiculizado, a que muchos se burlen de ti y digan:
«Mira, de repente se nos ha hecho filósofo; ¿de dónde sale esa mirada
suficiente?». Pero tú abstente de mostrar actitud suficiente, ateniéndote, por
el contrario, a las cosas que te parezcan mejores, en tanto que señaladas por
Dios para ese momento. Y recuerda que, si perseveras en los mismos principios,
los que antes te ridiculizaban te admirarán después; pero si eres superado por
ellos, se redoblarán las burlas contra ti.
XXIII
Si alguna vez quisieras volverte
hacia los cosas exteriores a fin de complacer a alguien, debes saber que eso
significa que has extraviado tu camino en la vida. Conténtate, pues, en todo,
con ser un filósofo; y si quieres aparecer ante los ojos de otros como filósofo,
aparece como tal ante ti mismo, y que eso te baste.
XXIV
No permitas que te aflijan
pensamientos como éste: «Viviré sin honores y no seré nadie en ninguna parte».
Pues si la falta de honores es un mal, no puedes estar en el mal por causa de
otro, del mismo modo que no puedes ser responsable de la vileza de otro. ¿Es
acaso asunto tuyo obtener el rango de un magistrado o ser invitado a un
banquete? De ningún modo. ¿Cómo, entonces, puede ser eso un deshonor? ¿Y cómo
puedes decir que no serás nada en ninguna parte, cuando sólo debes ser algo en
aquellas cosas que dependen de ti, en las que en verdad te es dado ser un
hombre de gran valor? Pero, podrás decir, tus amigos no recibirán tu ayuda.
Ahora bien, ¿qué significa carecer de ayuda? No recibirán dinero de ti, ni les
harás ciudadanos romanos. ¿Quién te dijo que esas cosas dependen de nosotros y
no de los otros? ¿Y quién puede dar a otros lo que no tiene? Consigue dinero,
dicen tus amigos, para que nosotros participemos de él. Si puedo conseguir
dinero y al mismo tiempo conservar mi modestia, y mantenerme fiel y magnánimo,
enseñadme el camino y lo conseguiré. Pero si me pedís que me prive de aquello
que poseo de bueno, para que vosotros podáis alcanzar cosas que no son buenas,
seréis desconsiderados y necios. Además, ¿qué es lo que preferís tener, dinero
o un amigo modesto y fiel? Para este fin, entonces, ayudadme más bien a ser un
hombre con esas cualidades y no me pidáis que haga precisamente aquello que me
haría perder tal condición. Pero mi patria, decís, por lo que a mí atañe no
recibirá ninguna ayuda. Pregunto de nuevo: ¿a qué ayuda os referís? No
colaborarás a que tenga pórticos ni baños, responderéis. ¿Y qué significa eso?
Tampoco obtendrá zapatos de un herrero, ni armas de un zapatero. Pero basta con
que cada uno realice el trabajo que le corresponde. Y si se le proporcionan
ciudadanos fieles y modestos, ¿no le será eso útil? ¿Sí? Pues de ese modo se le
puede ser útil. ¿Qué lugar, dices, se ocupará entonces en la ciudad? El que uno
pueda, si mantiene al mismo tiempo la fidelidad y la modestia. Pero si cuando
quieres ser útil al Estado, pierdes estas cualidades, ¿qué provecho habría para
nadie en ser desvergonzado y desleal?
XXV
¿Han preferido a otro antes que a ti
para invitarle a un banquete?, ¿o en saludarle o a la hora de hacerle alguna
consulta? Si tales cosas son buenas, deberías alegrarte por quien las ha
conseguido; y, si son malas, no te aflijas porque tú no las tengas; y recuerda
que, si no haces las mismas cosas que los demás a fin de obtener lo que no
depende de ti, no podrás alcanzar lo mismo que ellos. Pues, ¿cómo podrías
conseguir de alguien lo mismo que el que está continuamente a su puerta,
esperando su llegada si está fuera, si tú no haces otro tanto, si no le halagas
como el otro le halaga? Serás injusto e insaciable si no pagas el precio
estipulado por aquello que se vende, y quieres obtenerlo por nada. Veamos,
¿cuánto vale una lechuga? Un óbolo, quizá. Si un hombre da el óbolo, recibe a
cambio la lechuga, pero si no renuncias al óbolo y no consigues la lechuga, no
pienses que recibes menos que el que la ha comprado. Pues si él tiene la
lechuga, tú tienes el óbolo que no has dado. De la misma forma, entonces, en lo
que atañe al otro asunto: no fuiste invitado al banquete, porque no diste al
anfitrión el precio que pedía por él; él lo vende a cambio de halagos y
atenciones personales. Dale el precio que pide, si es que te interesa estar
allí. Pero si no quieres pagar el precio y pretendes sin embargo obtener algo,
eres insaciable y tonto. ¿Acaso no tienes nada a cambio de la cena? Algo
tienes, en verdad; el no haber halagado a quien no querías halagar y el no
tener que soportar a los que asisten al banquete.
XXVI
Podemos conocer los designios de la
naturaleza a partir de las cosas en que no diferimos unos de otros. Por
ejemplo, cuando el esclavo de tu vecino ha roto su copa, o cualquier otro
objeto, estamos prestos a decir que son cosas que ocurren. Debes, pues, tener en
cuenta que cuando es tu copa la que se rompe, deberías pensar exactamente lo
mismo que cuando se rompió la del vecino. Traslada esta misma reflexión a otras
cosas de mayor importancia. ¿Ha muerto el hijo o la esposa de alguien? No hay
nadie que no diga que eso es algo que puede ocurrirle a cualquier ser humano.
Pero si muere el hijo o la mujer de uno mismo, sin duda se gritará: «¡Ay de mí!
¡Qué desgracia la mía!». Debemos entonces recordar lo que sentimos cuando nos
enteramos de que eso mismo les ha sucedido a otros.
XXVII
La naturaleza del mal está en el
mundo como un blanco, que se coloca para adiestrarnos, no para hacernos errar.
XXVIII
Si te pidiera que pusieses tu cuerpo
a disposición del primero que encuentres en el camino, te sentirías ofendido,
pero poner tu entendimiento en manos del primero que encuentras, de modo que si
él te insulta, tu entendimiento se siente turbado y alterado, ¿eso no te
avergüenza?
XXIX
En cada cosa que vayas a emprender,
observa lo que viene en primer lugar y lo que viene después; y una vez que lo
hayas considerado de este modo, procede a actuar. De lo contrario, te acercarás
a todo de forma apresurada, sin pensar en lo que debe venir después; y luego,
cuando ciertas cosas desagradables se manifiesten, te sentirás avergonzado.
Piensa en un hombre que quiere ganar en los juegos olímpicos. A cualquiera nos
gustaría, pues es, en verdad, algo hermoso. Pero observa tanto las cosas que
vienen primero como las que deben venir después; y un vez hecho esto, actúa. Deberás
ajustarte en todo a unas normas, alimentarse según unos criterios estrictos;
abstenerse de cosas delicadas; hacer ejercicio, según se te ordene, a
determinadas horas, haga calor o frío; no podrás beber agua fría ni vino cuando
te apetezca. En otras palabras, deberás ponerte en manos del maestro de
ejercicios y obedecerle como si fuera un médico, y luego proceder a la lucha. Y
a veces torcerte una mano, dislocarte una articulación, tragar mucho polvo, a
veces ser golpeado, y, después de todo esto, tal vez salir derrotado. Cuando
has considerado todas estas cosas, si todavía lo quieres, prepárate para la
lucha; si no, te comportarás como los niños, que unas veces juegan a ser
luchadores, otras a tocar la trompeta, luego otra vez a gladiadores y después
de nuevo a trompeteros o actores de tragedia: del mismo modo, también tú serás
a veces un atleta, a veces un gladiador, luego un retórico, más tarde un
filósofo, pero con toda tu alma no serás nada en absoluto; simplemente,
imitarás como un mono todo cuanto veas y las cosas que te van complaciendo una
tras otra. Pues nada habrás emprendido de forma reflexiva y atenta, sino
descuidadamente y por capricho.
Así, algunos que han visto un
filósofo y han oído hablar a otro, como Eufrates -¿y quién puede hablar como
Eufrates?- también quieren ser filósofos. Pero examina primero de qué se trata,
y observa luego tu propia naturaleza, para ver si eres capaz de adaptarte a
ello. ¿Quieres ser atleta o luchador? Mira tus brazos, tus muslos, examina tu
torso. Pues diferentes hombres han sido formados por la naturaleza para
diferentes cosas. ¿Crees que si quieres hacer estas cosas podrás comer y beber
de la misma manera, y de la misma manera también detestar ciertas cosas?
Deberás pasar noches en vela, soportar la fatiga. separarte de tus allegados,
ser despreciado por un esclavo; en todo tendrás el lugar inferior, en honores,
en cargos, en los tribunales de justicia, en todo tipo de cosas. Considera todo
eso, y piensa si quieres cambiarlas por impasibilidad, libertad, tranquilidad.
Pero ten cuidado, no vayas a ser, como los niños pequeños, ahora filósofo,
luego sirviente de los publicanos, después retórico y más tarde procurador del
César. Estas cosas no son coherentes. Debes ser un solo hombre, sea bueno o
malo. Debes cultivar tu propia facultad rectora, o dedicarte a las cosas
externas; debes ejercitar tu destreza en las cosas internas o en las cosas
externas; es decir, debes mantener la posición de un filósofo o la de una
persona común.
XXX
Los deberes son universalmente
medidos por las relaciones. ¿Se trata de un padre? Lo preceptivo es cuidar de
él, obedecerle en todas las cosas, someterse cuando te reprocha o te golpea.
Pero supongamos que es un mal padre. ¿Acaso era obligado que tuvieras un buen
padre? No, tan sólo un padre. ¿Es tu hermano injusto contigo? Mantén entonces
tu posición con respecto a él y no examines lo que está haciendo, sino lo que
tú debes hacer para que tu voluntad sea conforme con la naturaleza. Pues los
otros no te harán daño a no ser que tú así lo decidas; pero serás dañado cuando
pienses que se te hace daño. De esta forma, entonces, descubrirás tu deber a
partir de la relación con un vecino, un ciudadano, un general, si estás
acostumbrado a contemplar las relaciones.
XXXI
En cuanto a tu devoción para con los
dioses, debes saber que esto es lo principal: tener rectas opiniones acerca de
ellos, pensar que existen y que administran todo de una manera bella y justa, y
debes fijarte tú mismo el deber de obedecerlos y ceder a ellos en todo lo que
sucede, y aceptarlo voluntariamente cumpliéndolo con la más sabia inteligencia.
Pues si haces así, nunca censurarás a los dioses, ni los acusarás de olvidarse
de ti. Y no es posible hacer esto de ninguna otra forma que renunciando a las
cosas que no dependen de ti, y colocando el bien y el mal sólo en aquellas
cosas que dependen de ti. Pues si piensas que algunas de las cosas que no
dependen de ti es buena o mala, es absolutamente inevitable que cuando no
obtengas lo que quieres, y cuando caigas en aquellas cosas que no quieres,
encuentres falta y odio en lo que lo ocasiona; pues todo animal está formado
por naturaleza para eso, para huir y apartarse de las cosas que parecen dañinas
y de las cosas que causan ese daño, y para buscar y admirar las cosas que son
útiles y las que son causa de dicha utilidad.
Es imposible, entonces, para una
persona que se cree dañada deleitarse con lo que le parece ser la causa del
daño, como le es imposible sentirse complacido con el daño mismo. Por esta
razón, también un padre es injuriado por su hijo cuando no le hace partícipe de
cosas que son consideradas buenas; esto fue lo que convirtió en enemigos a
Polinices y Eteocles, la idea de que el poder real era un bien. Por esta razón
el agricultor injuria a los dioses, por esta razón lo hacen quienes pierden a
su mujer y a sus hijos. Pues donde hay interés, también hay devoción.
Consecuentemente, el que tiene cuidado para desear como debe y evitar como
debe, también, al mismo tiempo, cuida su devoción. Pero hacer libaciones y
sacrificar y ofrecer las primicias, según la costumbre de nuestros padres, de
forma pura y no de manera negligente o descuidada, ni de forma insuficiente ni
por encima de nuestras posibilidades, es algo que a todos corresponde hacer.
XXXII
Cuando recurres a la adivinación,
recuerda que no sabes qué sucederá, pues por eso has ido a preguntar al
adivino. Pero cuál es la naturaleza de lo que te aguarda lo sabrás, una vez
previsto el acontecimiento, si, en verdad, eres filósofo. Pues si es cualquiera
de las cosas que no dependen de nosotros, es absolutamente seguro que no podrá
ser ni bueno ni malo. No vayas, pues, al adivino con deseo ni con aversión; si
así lo haces, te acercarás a él con miedo. Ve con la idea clara en tu mente de
que todo lo que pueda ocurrir es indiferente y no te concierne, y que, sea lo
que fuere lo que pueda acaecer, de ti dependerá utilizarlo bien, algo que
ningún hombre podrá; ve, pues, con confianza en los dioses tomándolos por
consejeros. Y luego, cuando se te haya dado el consejo, recuerda a quién has
tomado por consejero, y a quién desdeñarás si no obedeces. Y ve al adivino,
como Sócrates recomendó, a consultar sobre esos asuntos en los que toda la
indagación hace referencia al resultado, y en los que no disponemos de medios,
ni por la razón ni por ningún otro arte, para conocer lo que es objeto de la
indagación. Sin embargo, cuando haya que exponerse a un peligro, sea por un
amigo o por la patria, no es aconsejable consultar al adivino. Pues si el
adivino dice que los signos de las víctimas son infaustos, está claro que se
trata de un signo de muerte, o de mutilación de una parte del cuerpo, o de
exilio. Pero se impone la razón de que, incluso con estos riesgos, debemos
compartir los peligros del amigo o de la patria. Por consiguiente, espera al
más grande de los adivinos, el dios pitio, que expulsó del templo a aquel que
no ayudó a su amigo cuando iban a matarle.
XXXIII
Debes prescribirte de inmediato una
forma de actuar y unos criterios, que deberás observar tanto cuando estés solo
como cuando te encuentres con los hombres.
Que el silencio sea la norma
general, o que se diga sólo lo necesario con parquedad de palabras. Y raras
veces, sólo cuando la ocasión lo demande, dirás algo; pero nunca sobre temas
vulgares: gladiadores, carreras de caballos, atletas, comidas o bebidas, que
son motivos habituales de conversación; y, en especial, nunca digas nada acerca
de nadie, ni para censurarle ni para alabarle, ni tampoco para compararle. Si
te es posible, encauza con tus palabras la conversación de quienes están
contigo hacia lo que es propio. Pero si ocurriera que estás en compañía de
extraños, guarda silencio.
No te rías demasiado: ni en muchas
ocasiones, ni de forma estentórea.
Si te es posible, rechaza
completamente los juramentos; y si no, recházalos en la medida en que puedas.
Evita los banquetes ofrecidos por
extraños y por personas ignorantes. Pero si debes asistir a alguno, que no
decaiga la atención, de modo que no te dejes arrastrar jamás por los modales
del vulgo. Pues debes saber que si tu compañero es impuro, también el que está
con él llegará a ser impuro, aunque ahora pueda estar limpio.
Toma las cosas que se relacionan con
el cuerpo, como comida, bebida, vestido, casa y esclavos, en la medida en que
sean estrictamente necesarias, pero excluye todo lo que es motivo de
ostentación o de lujo.
En cuanto a los placeres carnales,
abstente en la medida que puedas ante del matrimonio; pero, si incurres en
ello, hazlo de la forma que es adecuada a la costumbre. No te muestres, sin
embargo, desagradable con quienes se entregan a ellos ni los repruebes; y no
alardees de que tú no los practicas.
Si te dicen que alguien habla mal de
ti, no te defiendas de lo que se haya dicho; más bien, limítate a responder:
ese hombre no conocía el resto de mis faltas, pues, de haberlas conocido, no
habría mencionado sólo esa.
No es necesario ir al teatro a
menudo; pero si se presenta la ocasión adecuada para ir, no te muestres
partidario de nadie salvo de ti mismo, esto es, no manifiestes deseo de que las
cosas se desarrollen de otro modo a como suceden, y no expreses tu deseo de que
salga vencedor alguien distinto de quien realmente gana; de este modo no
encontrarás obstáculos. Pero abstente por completo de gritos, risas y emociones
violentas. Y cuando salgas, no hables mucho acerca de lo sucedido en el
escenario, a no ser que ello pueda aportarte algo positivo. Pues si hablas
mucho, quedará claro que admiras el espectáculo.
No acudas con frecuencia a las
recitaciones y lecturas públicas. Pero, si vas, observa gravedad y equilibrio y
evita cualquier comportamiento desagradable.
Cuando debas encontrarte con
alguien, y particularmente si está considerado de superior condición social,
piensa en lo que Sócrates o Zenón habrían hecho en tales circunstancias y no
tendrás dificultad en mantener la actitud apropiada a la ocasión.
Cuando vayas a ver a una persona que
ocupe un cargo importante, hazte a la idea de que no lo encontrarás en casa,
que se te impedirá acceder a él, que ni siquiera se te abrirá la puerta, o que
el personaje en cuestión no querrá atenderte. Y si con todo esto es tu deber
visitarlo, acepta lo que suceda, y nunca te digas a ti mismo que la respuesta
no ha sido la adecuada. Pues esto es necedad y denota el carácter de un hombre
que se siente ofendido por las cosas externas.
En compañía, guárdate de hablar
mucho acerca de tus propios actos o los peligros por los que has pasado; pues
aunque a ti te complazca hacer mención de ello, no complacerá a los otros
escucharte. Ten cuidado también de no provocar la risa; pues éste es un camino
que empuja hacia los hábitos vulgares y servirá para disminuir el respeto de
tus vecinos. Es también un hábito peligroso sumarte a las charlas obscenas. Si
algo así llegare a sucederte, corrige a quien haya promovido esa charla si se
te presenta la ocasión; y, en caso contrario, que tu silencio, al menos, tu
sonrojo y la expresión contrariada en tu semblante, muestren con claridad el
desagrado que esa charla te inspira.
XXXIV
Si has concebido la idea de algo que
te complace, guárdate de ser arrastrado por ello; más bien deja que el asunto
espere y tómate un cierto plazo por tu parte. Luego piensa en ambos momentos,
en el momento en que gozabas del placer, y en el momento, después del goce, en
que te arrepentirás y te harás reproches a ti mismo. Y coloca frente a esto la
visión de cómo te regocijarás si te has abstenido del placer y cuán satisfecho
te vas a sentir de ti mismo. Pero si te parece razonable embarcarte en esa
situación, ten cuidado para que su encanto, su agrado y su atractivo no te
venzan; coloca en el otro lado la idea de cuánto mejor es ser consciente de
haber conseguido esa victoria.
XXXV
Cuando has decidido que una cosa
debe ser hecha y la estás haciendo, nunca evites que te vean, aunque muchos
puedan formarse una opinión desfavorable de ti. Si no es correcto hacer lo que
haces, debes evitarlo; pero si es correcto, ¿por qué temer que a los demás les
parezca mal sin motivo alguno?
XXXVI
Así como las proposiciones «es de
día» y «es de noche» tienen pleno fundamento en un argumento con sentido
disyuntivo, pero carecen de él con sentido conjuntivo, lo mismo en un banquete
seleccionar el trozo más grande puede tener valor para el cuerpo, pero no para
el mantenimiento de la conducta social adecuada. Cuando estés comiendo con
otros, acuérdate de pensar no sólo en el valor que para el cuerpo tienen las
cosas que se te ofrecen, sino también en el valor de la conducta que se debe
observar con el anfitrión.
XXXVII
Si has asumido un papel por encima
de tus posibilidades, habrás actuado de forma inadecuada y a la vez, habrás
desperdiciado la posibilidad de actuar correctamente.
XXXVIII
Del mismo modo que tienes cuidado de
no pisar un clavo o torcerte un pie cuando caminas, ten cuidado también de no
dañar la parte rectora de tu alma; si observas esta norma en todos tus actos,
los emprenderás con mayor seguridad.
XXXIX
El cuerpo es la medida de lo que
cada uno debe tener, igual que la medida del calzado es el pie. Si tienes como
norma las necesidades del cuerpo, te mantendrás dentro de la medida; pero si
las sobrepasas, necesariamente caerás como por un precipicio. Es lo mismo que
ocurre con el zapato, si vas más allá de las necesidades del pie: primero el
zapato será dorado, luego púrpura, luego bordado; pues no hay límite una vez
que se ha superado la justa medida.
XL
A partir de los catorce años las
mujeres son llamadas por los hombres «señoras». Por eso, viendo que nada más
pueden conseguir, sino sólo el poder de yacer con los hombres, comienzan a
acicalarse y en esto ponen sus esperanzas. Es justo entonces preocuparse de que
comprendan que no son valoradas por los hombres más que por parecer decentes y
discretas.
XLI
Es signo de mediocridad gastar mucho
tiempo en las cosas que conciernen al cuerpo, como hacer mucho ejercicio, comer
mucho, beber mucho, dedicar mucho tiempo a evacuar y a la relación sexual.
Estas cosas deberían hacerse como algo secundario, y dejar que toda la atención
esté puesta e la mente.
XLII
Cuando alguien te trata mal o habla
mal de ti, recuerda que lo dice o lo hace porque piensa que debe hacerlo. Él no
puede hacer lo que a ti te parece correcto, sino lo que a él le parece
correcto. Consecuentemente, si está equivocado en su opinión, él es la persona
perjudicada, pues él es quien está engañado; si un hombre supone que una
proposición verdadera es falsa, no es la proposición la que resulta perjudicada
por ello, sino el hombre que se equivoca en su juicio. Si actúas, entonces,
viendo las cosas de este modo, serás amable con quien te ofende, pues en
cada ocasión te dirás: «Actúa así porque
así le parece».
XLIII
Todo tiene dos asas, una por la que
puede ser llevado y otra por la que no. Si tu hermano actúa injustamente no
agarres el acto por el asa de que él actúa injustamente, pues ésa es el asa por
la que no puede ser llevado; agárralo por la otra, por la de que es tu hermano
y se ha criado contigo; así lo agarrarás por el asa por la que puede ser llevado.
XLIV
Estos razonamientos no son
coherentes: «Soy más rico que tú; por consiguiente, soy mejor que tú». Por el
contrario, éstos son más coherentes: «Soy más rico que tú, por consiguiente mis
posesiones son mayores que las tuyas», «soy más elocuente que tú, por
consiguiente mi discurso es superior al tuyo». Pero tú no eres ni posesión ni
discurso.
XLV
¿Un hombre se baña deprisa? No digas
que se baña mal, sino que se baña deprisa. ¿Un hombre bebe mucho vino? No digas
que bebe mal, sino que bebe mucho. Pues antes de determinar su intención, ¿cómo
sabes que está actuando mal? Así no te sucederá que, al percibir algunas
apariencias, asientas a otras.
XLVI
En ninguna ocasión te llames a ti
mismo filósofo ni prodigues tu discurso entre quienes carecen de instrucción
sobre ideas filosóficas; más bien, haz lo que se deriva de ellas. Por ejemplo,
en un banquete, no digas cómo se debe comer, sino come como se debe comer.
Recuerda que de este modo también Sócrates evitó la ostentación: con frecuencia
se le acercaban quienes le pedían ser recomendados por él a otros filósofos y
él les llevaba ante ellos; así, tan sencillamente, aceptaba que lo hiciesen de
menos. En consecuencia, si surgiese una conversación acerca de cualquier
teoría, por regla general deberás guardar silencio, pues hay gran peligro de
que vomites inmediatamente todo lo que no has digerido. Y cuando un hombre te
diga que no sabes nada y tú no te ofendas, estate seguro de que has empezado a
andar el camino de la filosofía. Pues ni siquiera las ovejas vomitan su hierba
para mostrar a los pastores lo que han comido; en vez de ello, cuando han
digerido interiormente el pasto, producen exteriormente lana y leche. No
muestres tampoco tú tus teorías a los no instruidos; muestra, más bien, los
actos que se derivan de la digestión.
XLVII
Cuando de forma austera hayas dado
al cuerpo lo que necesita, no te sientas orgulloso de ello; y, si bebes agua,
no digas en cada ocasión que bebes agua. Piensa cuánto más frugales son quienes
están en la miseria y cuántas penas soportan. Y si quieres ejercitarte en la
resistencia y la paciencia, hazlo por ti mismo y no por los otros: no te
dediques a abrazar estatuas. Pero si alguna vez te sientes muy sediento, toma
un trago de agua fría, escúpela y no digas nada a nadie.
XLVIII
Es condición y característica de una
persona no instruida no esperar nunca de sí mismo provecho ni daño alguno, sino
sólo del exterior. Es condición y característica de un filósofo esperar todo
provecho y daño de sí mismo. Los signos de quien está haciendo progresos son éstos:
no censura a nadie, no alaba a nadie, no critica a nadie, no acusa a nadie, no
dice nada acerca de sí mismo como si se considerara alguien o conociera algo;
cuando se siente contrariado o en dificultad, se censura a sí mismo; si alguien
le alaba, ridiculiza para sí a quien lo hace; si alguien le critica, no se
defiende; camina como los enfermos, procurando no mover nada de lo que está
colocado, antes de que esté firmemente asentado; aparta todo deseo de sí mismo,
y transfiere su aversión sólo a aquellas cosas que, dependiendo de él mismo,
son contrarias a la naturaleza; despliega un movimiento moderado hacia todo; si
se le considera necio o ignorante, no se preocupa; y, en una palabra, se vigila
a sí mismo como si fuera un enemigo perpetuamente al acecho.
XLIX
Cuando un hombre se sienta orgulloso
porque puede comprender y explicar los escritos de Crisipo, hazte esta
reflexión: si Crisipo no hubiera escrito oscuramente, ese hombre no tendría
nada de lo que sentirse orgulloso. Pero ¿qué es lo que yo quiero? Comprender la
naturaleza y seguirla. Pregunto, por consiguiente, quién la interpreta; y
cuando me dicen que el intérprete es Crisipo, recurro a él. Pero no comprendo
lo que escribe y por consiguiente busco a quien lo interprete. Hasta aquí no
hay todavía nada para sentirse orgulloso. Pero cuando haya encontrado al
intérprete. lo que queda todavía por hacer es utilizar las enseñanzas. Esto es
lo único de lo que puede uno sentirse orgulloso. Pues si me limito a admirar la
exposición, ¿en qué me habré convertido sino en un gramático en lugar de un
filósofo? Sólo habrá una diferencia, que estoy explicando a Crisipo en lugar de
Homero. Cuando alguien, entonces, me dice: «Lee a Crisipo para mí», más bien me
sonrojo al no poder mostrar que mis actos se ajustan y son coherentes.
L
Cuantas normas se te propongan,
acéptalas como si fueran leyes, y siéntete culpable de impiedad si infringes
cualquiera de ellas. Y a quien te hable de ellas no le hagas caso. Pues eso no
es de tu incumbencia. ¿Por cuánto tiempo diferirás aún el creerte digno de lo
mejor y el no transgredir en nada la razón? ¿Has aceptado las teorías con las
que era tu deber estar de acuerdo y les has dado tu consentimiento? ¿Qué
maestro esperas todavía para encomendarle a él la corrección de ti mismo? Ya no
eres un niño, sino un adulto. Si eres negligente y perezoso, y estás
continuamente dilación tras dilación, y propósito tras propósito, y esperas día
tras día a ocuparte de ti mismo, no serás consciente de que no estás mejorando,
sino que continuarás ignorante mientras vivas y hasta que mueras. Ahora mismo,
pues, piensa rectamente en vivir como un adulto y una persona competente, y que
todo lo que te parece lo mejor se convierta para ti en una ley inviolable. Y si
cualquier cosa, penosa o placentera, gloriosa o no gloriosa, se te presenta,
recuerda que es ahora el combate, que ahora son los juegos olímpicos, y no
pueden ser diferidos; y que de uno depende la derrota y que esa posibilidad de
progresar se consume o se pierda. Por ese camino llegó Sócrates a ser perfecto,
mejorando en todas las cosas, no atendiendo a nada sino a la razón. Y tú,
aunque todavía no seas un Sócrates, debes vivir como quien quiere ser un
Sócrates.
LI
La primera parte de la filosofía, y
la más necesaria, es la puesta en práctica de las ideas; por ejemplo, que no se
debe mentir. La segunda parte es la que corresponde a las demostraciones, por
ejemplo, cómo se demuestra que no se debe mentir. La tercera es la que confirma
y explica las otras dos; por ejemplo, ¿cómo es esta demostración?, ¿qué es una
demostración?, ¿qué es una consecuencia?, ¿qué es una contradicción?, ¿qué es
lo verdadero?, ¿qué es lo falso? La tercera parte es necesaria en virtud de la
primera; pero la más necesaria y aquella en la que debemos apoyarnos es la
primera. Sin embargo hacemos lo contrario. Gastamos nuestro tiempo en la parte
tercera, y todo nuestro esfuerzo y nuestra disposición se va en ello; mientras
tanto, desdeñamos por completo la primera. Por consiguiente, mentimos. Pero la
demostración de que no debemos mentir la tenemos siempre dispuesta.
LII
En toda circunstancia deberíamos
tener presente estas máximas:
Condúceme, ¡oh Zeus, y
tú, Destino!
por el camino que me
habéis prescrito:
aquí estoy, dispuesto a
seguirlo. Y si no quisiere,
atraeré sobre mí la
desgracia, y lo seguiré igualmente. [Cleantes]
A quien noblemente se
somete a la necesidad,
lo tenemos por sabio y
diestro en las cosas divinas. [Eurípides]
Y una tercera:
¡Oh Critón! Que así sea,
si así complace a los dioses. Anito y Melito pueden, en verdad, matarme, mas no
causarme daño. [Sócrates/Platón]
(Epicteto, Enquiridión. Trad.: A.López y M.Tabuyo.
J.J.Olañeta, Palma, 2007)
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